Diario de Mallorca

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Tomás Moro (Londres 1478-1536), teólogo, humanista, reformista social, lord canciller de Enrique VIII y, finalmente decapitado en la Torre de Londres por su oposición al divorcio del rey con Catalina de Aragón, escribió en el siglo XVI Utopía, obra literaria narrativa de cómo debía de ser la organización de una sociedad ideal. En una intervención parlamentaria que en 1868 tuvo John Stuart Mill (1806-1873), filósofo y político, expuso su preocupación por una nueva sociedad que se contraponía a la utópica de Tomás Moro, y secaracterizaría por una utopía negativa y cierta alineación moral, que acabaría conformando una colectividad distópica y una humanidad indeseable. De ahí, de Stuart Mill, el término "distopia", entró y se acuñó en la literatura y la cultura anglosajona. La alineación ética, según Stuart Mill, será la causante de una futura sociedad cuyas características esenciales serán destructivas, será inconciliable con la sociedad utópica.

Los medios de comunicación se encargan a diario de divulgar una vida llena de delincuencia, asesinatos, muerte, corrupción, un universo podrido. Da la impresión que no existiera otro mundo en el que la mayor parte de personas tienen interiorizado un comportamiento ético que se manifiesta en su quehacer cuotidiano. La sensación generalizada de que en Mallorca todo está corrompido es debida a que algunos, con su conducta, inducen a crear una impresión de una sociedad sin escrúpulos. La gente está harta de noticias sobre la corrupción en los partidos políticos, de la escandalosa actuación de algunos miembros de la Policía Local de Palma, de algunos funcionarios del ayuntamiento, de facturas pagadas por trabajos no realizados, de falta de intervención del gasto, negligencia en la obligación de control del presupuesto y de políticos implicados en tramas delictivas. Más de 50 funcionarios investigados y una veintena en prisión son datos más que suficientes para hacer una valoración y una reflexión sobre estos últimos años de política municipal.

Atemorizan los métodos de extorsión a empresarios, jueces, fiscales, testigos, ataques a locales de ocio que se resisten a Cursach. Preocupa la desatención a los ciudadanos que piden reiteradamente poder ejercer su derecho al descanso nocturno. ¿Estamos ya en un envilecimiento a la mexicana? Es inadmisible que Balears sea la comunidad que ostenta la tasa de violencia machista más elevada del país -6 de las 15 mujeres asesinadas en España lo fueron aquí, y, este año parece que el ratio empeora-. En Alaró, el día del padre (menuda majadería) los niños tuvieron que ver como sus progenitores se liaban a patadas, puñetazos e insultos, y acababan por los suelos. Un espectáculo deportivo ( sic), ¡deplorable! Recientemente se ha celebrado el juicio a un ex gerente de IB3, televisión autonómica, por asaltar el domicilio de la abuela de su mujer, atacarla y robarle los ahorros, ¡encomiable elección para dirigir la televisión!, ¿Hasta dónde hemos llegado? ¿Es esta la Mallorca que nos merecemos?

En el Reino Unido tiene éxito desde hace ya varios años, una serie televisiva creada por Charlie Brooker en la que se pone en evidencia lo peor de las personas. Refleja el malestar colectivo del mundo actual y de un futuro inquietante en el que pueden dominar los peores instintos de los individuos, our dark side -el lado oscuro de las personas-. Sin embargo, al tiempo, la crudeza de la serie incita a despertar del oscurantismo, del adormecimiento crítico, y de la tolerancia con el incivismo. La falta de formación cívica, de respeto a las formas y a las personas termina enfermando al conjunto de la sociedad. La serie da por sentado que el mejor antídoto para no consolidar una realidad negativa es la difusión de que el mal comportamiento de las personas conduce inexorablemente a crear una sociedad invivible. Tal vez aquí se precisa una serie parecida para que se produzca una reacción ciudadana y se diga, ¡basta ya! Una sociedad regida por ideales éticos o morales no surge de la propia naturaleza humana sino de la educación, la razón, el esfuerzo y la voluntad de preservar aquellos principios que aseguren una justa y pacífica convivencia.

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