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Privacidad, negocio y soberanía digital

En el año 2001 el periodista Simson Garfinkel publicaba Database Nation, un libro con el sugerente subtítulo " La muerte de la privacidad en el siglo XXI", en el que predecía la forma en que la tecnología iba a afectar a nuestras vidas durante los años siguientes y planteaba qué posibilidades tenía la ciudadanía para preservar la privacidad, la identidad y la autonomía en un mundo en el que la tecnología comenzaba a invadir todos los aspectos de nuestra vida.

Garfinkel planteaba que la única forma efectiva de asegurar el derecho fundamental a la privacidad, uno de los pilares de cualquier sistema democrático, y lo que llamaba la "autodeterminación digital", era la intervención estatal a través de la adaptación de la legislación.

Diez años después, en 2011, el diputado ecologista alemán, Malte Spitz, hizo público un ejemplo (existe una charla TED muy interesante -accesible online- en la que el propio diputado comenta la experiencia), que nos mostró de forma gráfica hasta qué punto es posible conocer la vida de cada uno de nosotros a través de los datos y cómo los teléfonos móviles son dispositivos de seguimiento que desvelan todos y cada uno de nuestros movimientos. Spitz, tras una denuncia en los tribunales y amparándose en la legislación europea, consiguió un acuerdo con su compañía telefónica, Deutsche Telekom, para que esta le facilitara todos los datos que había guardado durante un periodo de seis meses; 36.000 líneas de código que para el político alemán resultaron ser un amasijo ininteligible.

El diputado pidió consejo a expertos para traducir los datos, los publicó en un medio de comunicación, el Zeit Online, y los resultados no por esperables son menos impactantes. Podemos ver cómo, durante seis meses, el diputado va en tren de una ciudad a otra, las llamadas que realiza durante el trayecto y todas las interacciones que se producen: cómo llama a su mujer, su mujer lo llama a él, cómo le llaman o él llama a algunos amigos, y también cómo se llaman entre ellos, y cómo se va extendiendo toda una red de comunicaciones y de interacciones.

Como comenta el propio Spitz: "uno puede ver cómo su gente se comunica entre sí, a qué hora duermen, se puede ver dónde están los centros geográficos e incluso quienes son los líderes. Uno puede ver lo que está haciendo la sociedad. Y si alguien está viendo lo que la sociedad hace, se puede controlar la sociedad".

Pero además, al factor de control social no podemos olvidar añadir el inmenso potencial económico que tienen esos datos, nuestros datos, que son oro para las compañías que los poseen y que podrían hipotéticamente usarlos o revenderlos a otros proveedores de productos y servicios.

En ese sentido no deja de ser interesante que en España Alvarez-Pallete, el presidente ejecutivo de Teléfonica, sea una de las personas públicas que en los últimos años más haya utilizado el término "soberanía digital" (en realidad ya César Alierta lo había usado anteriormente) y que haya reclamado en distintas ocasiones, la última hace solo unos días, la opción de que los usuarios decidan qué uso quieren que se haga de su información a través de una "Constitución digital".

Desde el grupo de comunicación se ha anunciado que ya trabajan en una app para devolver al usuario el control sobre la información que este cede, en una operación en la que probablemente se esté valorando la oportunidad de, desde una posición de fuerza, ejercer un contrapeso al poder creciente de los gigantes que más comercian con nuestros datos, Facebook y Google, y por ello va a ser interesante realizar un seguimiento de las opciones que desde Teléfonica se van a ofrecer en ese sentido a sus clientes y cuál va a ser su efecto en el mercado.

En cualquier caso, el asunto tiene una variable política y legislativa evidente; en Estados Unidos la Cámara de Representantes y el Senado con mayoría republicana acaban de aprobar una ley por la que los proveedores van a poder revender a terceros información privada de sus clientes. Mientras tanto en Europa este es un debate abierto en todos los países y dentro del propio marco de la UE: en Francia hace solo unos meses se aprobó una ley "por una república digital" en la que esta cuestión ha centrado buena parte de los debates.

Lo que parece claro es que, como decía Simson Garfinkel ya en 2001, el futuro y los valores de nuestra sociedad se verán determinados en buena medida por cómo entendemos, valoramos y en último caso por cómo controlamos y regulamos, las amenazas a las que se ve sometido el derecho fundamental a la privacidad.

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