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Daniel Capó

La crisis de Més

El aserto evangélico de que no debemos juzgar si no queremos ser juzgados se ha cumplido con pasmosa exactitud en el caso de los contratos concedidos a dedo por el partido Més. Se trata de la primera crisis de envergadura que afronta el actual Govern Balear y seguramente exigirá algo más que el cese de una consellera por parte de la presidenta para que se cierre el boquete abierto por los econacionalistas. De este escándalo sorprende casi todo, empezando por la acelerada combustión del prestigio de un partido que durante años ha hecho de la lucha contra la corrupción uno de sus caballos de batalla. Su caída a las primeras de cambio en actitudes poco elegantes invita a pensar en las tendencias suicidas de la inteligencia y en la soberbia que, en ocasiones, pueden afectarnos a todos. Por supuesto, también cabe pensar que hay mucho de práctica habitual -un modus operandi, digámoslo ya, de un marcado paternalismo clientelar- en este reparto a dedo de contratos menores a amigos y afiliados. El desagravio de las faltas leves no sirve de tratamiento cuando la democracia española -y la balear- se encuentra aquejada por una descomunal crisis de legitimidad política, uno de cuyos decisivos epicentros se sitúa en el descrédito de la clase dirigente. Tras el diluvio de la corrupción, incluso la llovizna pueda acarrear fatales consecuencias. Y hay que insistir una y otra vez en la conmovedora verdad de la máxima del conde de Buffon: el estilo es el hombre. También será el estilo, el decoro y el pudor lo que defina la altura política de una sociedad. Es decir, las formas o la falta de las mismas. Caben ejemplos de todo tipo.

De todos modos, la principal víctima de las torpezas de Més es la propia izquierda balear que comprueba, por tercera vez consecutiva, la dificultad de articular un pacto de progreso realmente operativo. Con la economía a favor, el turismo en máximos y unas cuentas públicas estabilizadas, se podría pensar que había llegado el momento de las fuerzas progresistas. La necesidad de políticas sociales y de equilibrio medioambiental, de mejora de la educación, de vivienda pública, de un urbanismo más avanzado, de protección del patrimonio histórico y cultural de las islas forma parte de las necesidades básicas de una sociedad aquejada por una crisis económica galopante, un cambio de modelo y la desconfianza de la ciudadanía. Ahí está el tema sangrante del alquiler turístico, cuya falta de regulación incentiva una nueva burbuja inmobiliaria y dificulta el acceso a la vivienda de miles y miles de ciudadanos. La izquierda lógicamente tiene que ser capaz de ofrecer respuestas a problemas que son característicos de las sociedades maduras: la precariedad en el empleo, la falta de capital humano, el valor de la igualdad en un contexto que tiende a la atomización sociocultural?

Y, en ese proyecto de construcción de lo público, la imagen de la higiene política juega un papel fundamental. Todo lo contrario del sainete que estamos viviendo en estos días y que ha llevado ya a la fiscalía anticorrupción a abrir diligencias informativas por los contratos a dedo de Més. Tiempos revueltos para un Govern que no logra encauzar la ventana de oportunidad de que ha gozado durante estos dos años y que, de repente, comprueba cómo determinados vicios se perpetúan más allá de las siglas de uno u otro partido.

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