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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

El pisito

Si las cosas continúan así, las ciudades se convertirán en grandes agencias de alquiler en las que todo el mundo estará de paso porque nadie tendrá ya una casa propia en ningún sitio

En 1959, Marco Ferreri rodó una película en la que contaba la triste historia de un pobre diablo que tenía que casarse con su casera -una anciana de más de ochenta años-, con la esperanza de heredar el piso cuando la casera muriera y así casarse con su novia de toda la vida. La película se llamaba "El pisito" y es una de las mejores que se han rodado en España. El guión lo escribió Rafael Azcona y la película se pudo ver hace poco en "Historia de nuestro cine", en la 2. Cuando volví a verla -la había visto hacía siglos en un cine de reestreno de Palma- me di cuenta de lo asombrosamente actual que era aquella historia de realquilados y de sórdidos pisos compartidos. Sin embargo, la primera vez que vi la película, hace muchos años, pensé que aquella tétrica historia pertenecía a un pasado que ya no volvería. Por lo visto, estaba muy equivocado.

? Ahora mismo, miles de estudiantes y de jóvenes con trabajos precarios viven en pisos de realquilados en los que tienen que compartirlo todo: baño, cocina, sala de estar, perros, gatos? Y peor aún, hay gente que hasta comparte la misma cama -la cama, repito- en una habitación de realquilados, porque cada uno tiene turnos distintos de trabajo y así los dos pueden economizar su escaso dinero. Y cuando uno vuelve del turno de noche a las 7 de la mañana, el otro se levanta para irse a su trabajo. En América lo llaman "hot beds" (camas calientes) y desde luego no tiene nada de erótico: es lo que hacían los obreros negros de los años 50 que habían emigrado al norte y trabajaban en las acerías de Pittsburgh o de Chicago y no tenían dinero para pagarse nada más. Y es lo que hacen ahora muchos jóvenes y muchos inmigrantes que no pueden permitirse un alquiler decente. Es más o menos lo mismo que se contaba en "El pisito", sólo que en otro contexto en el que al menos hay libertad sexual y ciertas perspectivas de mejora que antes no existían. En el 2009, por cierto, se hizo una adaptación teatral de "El pisito" con Pepe Viyuela de protagonista. No es raro teniendo en cuenta los tiempos que corren.

Y la cosa no tiene pinta de mejorar. Hace poco conocí a dos chicas que vivían en una planta baja de menos de veinte menos cuadrados. No tenían luz natural y su apartamento daba a la salida de un párking. El dormitorio estaba en un altillo tan claustrofóbico como un nicho. En el baño apenas cabía un adulto de complexión normal (todo el espacio libre lo ocupaba el cubo de la fregona). En los fines de semana, de madrugada, era normal oír vomitar al otro lado de su puerta a los juerguistas borrachos que volvían a su casa. Los gritos y las peleas en la calle eran constantes. También el ruido de los coches que entraban y salían del párking. Por aquel piso -o lo que fuera- pagaban 400 euros al mes. Quizá ahora ya estén pagando 500, si es que han conseguido sobrevivir a aquella ordalía. Bueno, también cabe la posibilidad de que una de ellas se haya casado con un anciano de 93 años con la esperanza de heredar su piso.

? En Palma e Ibiza esa planta baja junto al párking quizá sea ahora mismo un chollo y se la estén disputando docenas de buscadores desesperados de pisos. Es más que probable. Y lo mismo pasa en Barcelona, en Londres, en París, en Roma, en Nueva York y en cualquier ciudad donde sea prácticamente imposible encontrar un piso de alquiler a un precio razonable (razonable, se entiende, para los salarios miserables que está cobrando mucha gente). Y esta situación, si continúa -y todo parece indicar que va a continuar-, terminará convirtiendo a las ciudades que amamos en una versión urbana de esos monstruosos cruceros turísticos de quince pisos, con campo de golf y multicines y circuito de coches de carreras, que llenan los puertos del mundo y que cada día vomitan miles de turistas que se abalanzan sobre una ciudad indefensa. En vez de albergar población estable, esa gente que había nacido en la ciudad o al menos llevaba mucho tiempo viviendo allí, las ciudades se convertirán -y de hecho ya se han convertido- en gigantescos parques temáticos habitados por gente de paso que apenas pasará una semana o dos en un apartamento de alquiler turístico y luego se irá en un vuelo "low cost" a otro apartamento de alquiler turístico en el otro extremo del mundo. Sin población estable, sin comercios propios, sin tradición local, sin lugareños, sin bares ni cafés que no sean franquicias, sin gente que recuerde cómo era su ciudad no ya hace cincuenta años, sino hace tan sólo veinte, las ciudades se convertirán en grandes agencias de alquiler en las que todo el mundo estará de paso porque nadie tendrá ya una casa propia en ningún sitio. Y todo lo que podremos hacer será viajar y viajar sin parar de apartamento turístico en apartamento turístico y de destino provisional en destino provisional. A menos, claro está, que logremos casarnos con una anciana propietaria que nos nombre sus herederos. Si es que queda alguna en algún sitio.

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