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Matías Vallés

Dijsselbloem, vente al sur

El presidente del Eurogrupo no es criticado por manifestar su desprecio hacia la Europa mediterránea despilfarradora, sino por ejercer su libertad de expresión y apartarse de la corrección política

La buena noticia es que España está importando el cotizado modelo sueco. En efecto, miles de habitantes del país escandinavo están fijando su residencia en la costa española. Este proceso permite empuñar la palabra de moda, gentrificación. Sin embargo, se escamotea una pregunta elemental. Por qué abandonarían los nórdicos la geografía más envidiada del planeta, para afincarse en otra que se considera inferior sin complejos.

En lugar de obsesionarse con vivir como los suecos en Suecia, los españoles deberían anhelar la vida de los suecos en España. Estos emigrantes de lujo son recibidos sin prevención alguna, aunque se les podría calificar de refugiados climáticos. El éxito innegable de la Europa meridional entre los habitantes del nort,e ha venido acompañado por unas puritanas declaraciones de Jeroen Dijsselbloem al Frankfurter alemán. El presidente holandés del Eurogrupo retrató a los países del sur de la Unión Europea con un apotegma que ha hecho fortuna. “No puedo gastarme todo mi dinero en alcohol y mujeres y a continuación pedir ayuda”.

En primer lugar, no es obligatorio sentirse ofendido por el exabrupto de Dijsselbloem. Sin embargo, no cabe descartar que la Audiencia Nacional condene a quien no arda en furor patriótico ofendido, con la misma saña desencaminada que le lleva a prohibir la descripción del asesinato de Carrero. Sobre todo, no se ha reprochado al calvinista holandés su visión desenfocada de los países sureños, sino su carácter lenguaraz. Aunque fuera cierto, su desdén sería impropio de un alto cargo continental.

El presidente del Eurogrupo no es criticado, con peticiones de dimisión incluidas, por manifestar su desprecio hacia la Europa mediterránea que derrocha en “alcohol y mujeres”. Se le censura que ejerza su libertad de expresión, y que se aparte de la corrección política. El peligro no radica en un político deslenguado, sino sincero. De hecho, la sentencia de Carrero demuestra la reaparición de una pulsión inquisitorial, que obliga a escindir lo que se piensa de lo que se dice. Esta hipocresía contraproducente atrae a especímenes como Donald Trump. Hay que refutar a Dijsselbloem desde la convicción de que le asiste el derecho pleno a utilizar las fórmulas que encuentre precisas.

Desde el respeto a la libertad del líder del Eurogrupo, la aleación chocarrera de “alcohol y mujeres” resultaría previsible en un político del sur pillado en flagrante corrupción. Sin embargo, resulta impropia de un cultivado compatriota de Spinoza y Erasmo. Al igual que las personas que hablan a los extranjeros a gritos para que el volumen auxilie a la intelección, Dijsselbloem ha pensado que el Sur solo le entendería si bordeaba lo soez. Cabe imaginar su contrariedad, al advertir que sus palabras denigratorias coinciden con la última invasión de los vikingos al Mediterráneo.

Dijsselbloem debe ser el único holandés que veranea sin salir de su país. Con todo, los alcoholizados habitantes del sur han contemplado en agosto a muchos dijsselbloems, desmelenados y poseídos por una rara energía mientras disfrutan de la noche mediterránea. Atribuir su euforia sobrevenida al consumo de bebidas espirituosas supondría una intrusión en su intimidad. El eurócrata ha olvidado que los ciudadanos que más gastan en “alcohol y mujeres” en la Europa meridional son los turistas llegados de países del norte. En el sur también se trabaja, aunque sea más barato.

Elevando la perspectiva, Dijsselbloem es otra víctima del “narcisismo de las pequeñas diferencias” establecido por Freud. Respetando su derecho a comportarse como un provinciano alterado porque descubre que tiene un vecino distinto, ni siquiera posee el mérito de la originalidad. Hubo declaraciones de igual fuste y menor repercusión, a cargo de otros profetas de la austeridad. El ministro alemán Wolfgang Schäuble declaraba a Der Spiegel, siempre publicaciones alemanas, que “si me dan un millón de euros sin condiciones, me lo gasto”. Una nueva andanada contra los países mediterráneos.

Resulta curioso que Dijsselbloem y Schäuble recurran a la primera persona, para amortiguar la dinamita de sus descalificaciones. El holandés se esforzaba en destacar que su “principio” de “alcohol y mujeres” tiene una primera aplicación “a nivel personal”. También alarma su desconocimiento de la parábola del hijo pródigo, injusta hasta la rabia pero acreditada bíblicamente. Sobre todo, sus pronunciamientos teóricos se oponen a la realidad de una Europa que siempre encuentra un motivo para pelearse. Si los europeos quieren eficiencia, van hacia el norte. Si quieren felicidad, eligen el sur. Vente con ellos, Dijsselbloem.

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