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Antonio Papell

Apuntes sobre la socialdemocracia

La socialdemocracia es, además de una opción económica, una convicción de que lo público, bien administrado y dentro de ciertos límites, puede y debe contribuir a la equidad y al bienestar

La socialdemocracia, que construyó los estados de bienestar europeos que todavía perviven y que son un patrimonio irrenunciable de las sociedades maduras de occidente, no ha tenido más remedio que encajar, y lo ha hecho por ahora de mala manera, en los consensos liberales predominantes que inspiran los últimos tratados de la UE. En concreto, el pacto de estabilidad y crecimiento de 1997 limitaba los márgenes de las políticas keynesianas de lucha contra los ciclos económicos, ya que los estados europeos se comprometen con la autoridad comunitaria -¿federal?- a mantener los déficit públicos dentro de ciertos límites. Los márgenes de maniobra de la socialdemocracia en este marco están todavía por delimitar, y habría que hacerlo precisamente ahora, a la salida de la gran crisis 2008-2014.

Así las cosas, es claro que la socialdemocracia es, además de una opción económica, una propensión, una tendencia, una preocupación social y una convicción de que lo público, bien administrado y dentro de ciertos límites, puede y debe contribuir a la equidad y al bienestar colectivo. No es este el lugar para una descripción compleja de los rumbos de la izquierda moderada pero sí la oportunidad para proponer a la socialdemocracia española, considerablemente desorientada en estos momentos, dos vectores, uno ideológico y otro estratégico pero también de contenido doctrinal.

El primer vector consiste en ofrecer, como postulado central, el criterio de que la mayor contribución a la igualdad de oportunidades en el origen, designio principal del socialismo democrático, consiste en asegurar unos servicios públicos universales, gratuitos y de alta calidad, así como una asistencia social suficiente para garantizar una red inferior que impida a todos descender bajo determinado umbral (ello requiere un sistema de pensiones suficiente y un salario básico, tanto más necesario cuanto más desempleo estructural haya). Este enunciado sustituye en el discurso y en la praxis al concepto de redistribución, muy complejo de implementar.

El segundo vector se relaciona con la organización del partido: no tiene sentido que, por contagio indirecto con los fervores nacionalistas de una parte de la periferia, una fuerza política estatal se compartimente en reinos de taifas, cuyos líderes territoriales se arrogan además el poder central a través de un comité territorial que nunca ha tenido tradición en el histórico PSOE. La estructura federal no tiene que ver con el confederalismo ni mucho menos con el nacionalismo, por lo que habría que rectificar el rumbo actual, en que los lambanes y los pages, como si fueran reyezuelos, marcan la pauta y acaban sustituyendo a la comisión ejecutiva y al comité federal, formados con criterios distintos de los territoriales. Además, habría que tasar mejor la participación de las bases en la toma de decisiones, de forma que no se llegue a excesos asamblearios (la democracia semidirecta, parlamentaria, es más perfecta y depurada que la directa) pero sí se dé voz a la militancia cuando se trata de resolver verdaderos dilemas o de elegir a personas para roles directivos o representativos. Hay una contradicción flagrante entre este modelo y la pervivencia del citado comité territorial con funciones decisorias.

Para combatir esta desviación, habría, primero, que incompatibilizar en las comunidades autónomas la dirección política de partido con los cargos institucionales (el modelo del PNV atina) y, después, institucionalizar el comité territorial como un órgano subsidiario, cuyas decisiones deben supeditarse en todo caso a las del comité federal (de la misma manera que la opinión del Congreso prevalece sobre el Senado).

Es inaceptable en un partido democrático que una coalición de poderes territoriales, de barones autonómicos, imponga abruptamente su voluntad a una dirección elegida directamente por las bases. De ahí que si el desenlace de esta inquietante crisis fuese el triunfo del modelo territorial a través de su representante más caracterizada -la lideresa de la comunidad autónoma mayor-, sin aporte ideológico alguno, el PSOE habría entrado en una deriva muy difícil, quizá imposible, de contener.

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