Se nota la desesperación del PSOE en la forma en que fue proclamada Susana Díaz candidata oficial. Ese regreso político de Venezuela a la escena nacional del acaudalado Felipe González, ese viaje de Alfonso Guerra a la actualidad en el autocar de los jubilados, ese desempolvar al Pérez Rubalcaba recuperado del fondo del trastero, esa rehabilitación en la familia de José Luis Rodríguez Zapatero, el primo bala que llevó al "compro oro" las últimas joyas cuando le estalló en la cara la crisis que no vio. Cómo no iba a asistir José Bono, el tío dominico, a la proclamación de la catequista motivadora. Hasta el principal damnificado (antes que Pedro Sánchez) Eduardo Madina bendijo la mesa.
No faltó nadie para dejar claro que Susana Díaz es hija y nieta de Camborios, cien por cien PSOE, socialdemocracia española sin desnatar, el partido de la abuela que llegaba al gobierno ganando elecciones, el que decía "no es sí" a la OTAN, un partido sin aditivos de izquierda roja, no como la línea bastarda de Pedro Sánchez, de la que la familia no quiere saber nada. Susana de todos los presidentes, de todos los líderes legítimos, Susana de Suresnes, Susana concebida en un picnic del clan de la tortilla, Susana y los viejos, Susana, esperanza de Triana.
El domingo, años después, se hizo hecho lo que se apuntó cuando apareció la líder andaluza, sobrevenida tras la inculpación de sus antecesores Chaves y Griñán: que esta chica llegaría lejos porque tenía mucha afición. Se vio en su hambre del primer día que llegaría exactamente al Ifema de Madrid en cuanto hiciera el máster de brujería política que transformó un Madina en un Sánchez, el príncipe que salió rana y que con un nuevo hechizo se volvió lagartija para poder cortarle la cola. Sabía Susana que a la lagartija le crecería de nuevo la cola pero ¿cómo iba a imaginar que a la cola le crecería una lagartija?
