Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ahora que me fijo

Un aire

Hay dolores y dolores. Algunos son llevaderos, no agobian demasiado. Otros son antipáticos, perversos, manipuladores y egocéntricos. Tengo, desde hace días, un dolor de los del segundo grupo y le he cogido una manía espantosa. Es un borde, a veces pienso que es un psicópata.

Todo empezó podando un arbusto. Para poder acceder bien, tenía que inclinarme un poco hacia delante. Lo justo para que la postura fuera un tanto incómoda. Hacía sol, pero también corría una brisita fresca. La justa para que no me diera ni cuenta y fuera pillando frío. Se puede decir que me dio un aire. Eso que siempre decía mi madre y que yo de pequeña no entendía: "¡Cuidado, a ver si te va a dar un aire!". Bueno, pues me dio. Me dio un aire y un terrible dolor en la zona lumbar.

Mi abuelo tenía la teoría de que a las enfermedades no hay que hacerles mucho caso, ni cuidarlas en exceso, porque si no, se acaban sintiendo tan mimadas y tan protagonistas que no se van. Decía que, en la medida de lo posible, había que seguir haciendo vida normal, que así se aburren y se van en busca de alguien que les preste más atención.

Así que, para que el dolor creyera que no me molestaba tanto, decidí ir a Santa Gertrudis a hacer unos recados. Aparqué y fui caminando despacito, pero me resultó agotador. Cuando volví al coche, con un dolor horroroso, andando a pasito corto como una geisha octogenaria, vi que había un todoterreno que no me dejaba salir. Le dije al chico que estaba en el asiento del copiloto, que si podía mover el coche. Me contestó, muy amablemente, que si no me importaba moverlo yo, que las llaves estaban puestas: "Es que voy con muletas. Me he roto la cadera". Pues sí que estamos bien, pensé. ¡Vaya dos! "Mira, no te preocupes. No tengo prisa, pero sí que tengo un dolor de ciática horrible. Mejor me espero aquí sentadita a que llegue el conductor", contesté con carita de pena. Nos dio la risa de lo mal que estábamos los dos. Me alegré un montón de que mi dolor me viera tan risueña.

Eso debió enfadarle mucho, porque por la tarde empezó la guerra. Él se puso rabioso y yo me puse una película. Quería distraerme y no hacerle ni caso, siguiendo el consejo de mi abuelo, pero no conseguía olvidarle. Quería llorar y todo. Me pasé la película deseando que a la protagonista le ocurriera una desgracia, para poder desahogarme sin darle a él una victoria. Pero nada, todo le iba bien a la chica. Al final acabé simulando una alergia: "Hay que ver qué lagrimeo más tonto me ha entrado", me faltó decir. No sé si coló, pero no di mi brazo a torcer y al menos lloré un poco.

Ahora ya noto que le estoy ganando. Se ha dado cuenta de que por mucho que duela, yo sigo barriendo, fregando la cocina, tendiendo la ropa. ¿Qué se pensaba? ¡Menudas somos las amas de casa! Creo que está bastante harto. Quizás para cuando salga este texto publicado, se ha ido y todo. Aunque espero que no lo lea, porque ya me lo imagino diciendo orgulloso: "¡Anda mira, si hasta me ha dedicado un artículo!". De verdad, qué mal me cae, ¡qué rabia le tengo!

Compartir el artículo

stats