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Antonio Papell

La izquierda confusa

La crisis de la izquierda europea está adquiriendo proporciones inquietantes, y amenaza con descentrar unos sistemas políticos que habían...

La crisis de la izquierda europea está adquiriendo proporciones inquietantes, y amenaza con descentrar unos sistemas políticos que habían pivotado durante décadas en pos de un equilibrio entre el centro derecha liberal y el centro izquierda socialdemócrata. Salvo en Alemania, donde la incorporación del socialdemócrata Martin Schulz a la política interna después de brillar en la política europea, ha lanzado a sus conmilitones a sensaciones cercanas a la euforia (acaban de nombrarle presidente del SPD con el 100% de los votos cuando su predecesor, Sigmar Gabriel, sólo logró el 74%). Todo indica que Schulz, que obtiene en las encuestas un 31% de intención de voto (en las generales de 2013 el SPD logró el 25,7%) disputará la cancillería de igual a igual a Angela Merkel en las elecciones federales del próximo 24 de septiembre.

Pero esta situación no tiene correlato en el resto de Europa: en Holanda, el PvdA ha pasado del 24,8% de los sufragios en 2012 al 5,7% en 2017, lo que significa descender de los 38 escaños a 9. Las razones son lógicamente complejas pero sin duda ha influido la percepción de que el ministro de Economía y presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, encuadrado en el gobierno del liberal conservador Mark Rutte, ha sido el promotor de las medidas de austeridad, no sólo en su propio país sino en toda la Unión Europea.

En Francia, donde el presidente Hollande ha sido desahuciado por las encuestas, su primer ministro, Valls, perdió las primarias, que ganó Benoît Hamon, considerado radical en exceso (los sondeos le vaticinan el 13%). Buena parte del socialismo francés se está aproximando al centrista François Bayrou, quien a su vez apoya al europeísta sin partido Emmanuel Macron, hoy por hoy el candidato con más posibilidades de batirse con Le Pen y de convertirse en el presidente de Francia si el electorado francés no se ha vuelto loco.

En el Reino Unido, el laborismo, de la mano de Jeremy Corbyn, está a punto de convertirse en una fuerza marginal. Incapaz de defender la europeidad frente al conservadurismo particularista y pueril de Cameron, impotente ante un referéndum de desconexión que no parecía incumbir a los laboristas, va ahora a remolque May en el proceso de salida de la Unión Europea, en el que tampoco parece tener opinión ni voz.

Y en España, la izquierda, que no encontró el modo correcto de enfrentarse a la súbita crisis global de 2008, salió del poder por la puerta de atrás en 2011 y se sumió en un extraño vértigo autodestructivo del que está muy lejos de haber salido todavía. A pesar de que el populista Podemos ha cometido el error histórico de abandonar sus pretensiones de transversalidad y ha optado por confinarse en el mismo nicho que ya ocupaba Izquierda Unida, el PSOE está ensimismado en sus conflictos de identidad después de haberse fragmentado internamente en unos absurdos reinos de taifas autonómicos. El gran debate socialista es estratégico y versa sobre si debe cooperar con la derecha en una gran coalición o buscar aliados por la izquierda en pro de un gobierno de ese signo, sin que se eche de menos de momento una propuesta realista y atractiva que sirva de alternativa al centro-derecha que ha generado una gran desigualdad con su gestión de la crisis.

De momento, Bruselas, inspirada por criterios neoliberales, marca las pautas, que los países, sea cual sea su inclinación, acatan sin plantear debate (este ha sido el papel de Hollande, por ejemplo). Y tampoco se advierte en la familia socialdemócrata una especial preocupación por descubrir e implementar un discurso, bien para persuadir a Bruselas, bien para adaptar los mandatos comunitarios a criterios progresistas. La confusión es grave, y no se ve el modo de que alguna luz ilumine a quienes nos saquen del actual bloqueo.

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