Diario de Mallorca

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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

1957: El Sueño de Europa

Recuerdo que mi padre, en aquella Mallorca de 1957, estaba dominado por un entusiasmo extraño, como si le sucediera algo inusitado. Y la palabra “Roma” salía de sus labios con frecuencia como un ritornello. Recuerdo también los titulares de prensa y las noticias radiofónicas empeñados en no comunicar tanto entusiasmo ni tanta alegría, pero en mi caso, se trataba de una visión casi física del asunto sin mayores consecuencias. Madre a penas decía algo fuera de lo corriente.

Y es que Europa quedaba muy lejos de aquella España inmersa en sus propios fantasmas y tan cerrada al viento de los tiempos, que corrían con tantísima aceleración. Tras el Plan Marshall, al que nosotros no tuvimos acceso por lo ya sabido, ahora arrancaba un momento superior en calidad y en cantidad: en Roma se firmaba el Tratado por el que Europa, por lo menos en su núcleo más relevante, intentaba unirse para trazar su propio futuro, con el apoyo casi incondicional de los Estados Unidos, que veían en una Europa Unida el mejor muro ante el expansionismo soviético y la mirada antipática de los mismos soviéticos. Era una superación de la guerra mundial destructora e irracional que nos había dejado tan contra nosotros mismos. Europa rejuvenecía y la esperanza se descubría en el rostro de mi padre, que nunca he olvidado. Entonces, yo miraba el mundo desde sus ojos y desde sus reacciones. Eso de “Roma” debía de ser valioso y relevante. Y la verdad es que lo fue. Hasta hoy. Cuando ya contemplo la historia desde mis pupilas y desde mis propios criterios.

Pero recuerdo también algunas fotografías que padre recortaba y metía no sé exactamente dónde, jamás descubiertas más tarde. Debía tener algún misterioso lugar donde ocultar estos tesoros improcedentes o que él juzgaba improcedentes en su contexto. En casi todas aparecían unos hombres elegantes y serios, tres, sentados mientras firmaban algún documento en un escenario imponente, casi religioso, con una serie de banderas tras ellos, pero sin el énfasis de nuestros líderes patrios de aquellos años, siempre de un barroquismo insoportable. Medallas en cruz o en estrella, brazaletes patrios, botas altas y recias, y sobre todo un empaque por encima de toda responsabilidad. Ahora pienso que en aquella época, los líderes europeos tenían un peso específico, tipo Adenauer o De Gasperi o Schumann, entre tantos otros, quienes te comunicaban la seguridad de soportan con grandeza el peso de la púrpura, revestidos de autoridad moral hasta el tuétano. España, en aquellos momentos era otra cosa, hasta el punto de que nos expulsaron del paraíso europeo hasta mucho más tarde: cuando un rey demostradamente democrático y un presidente en la izquierda, constituyeron bálsamos curativos de sus infatigables sospechas. Pero el hecho es que a la Europa del Tratado de Roma llegamos tarde, demasiado tarde. Y las fotografías de padre sin aparecer. Lástima.

Tantas cosas han pasado desde entonces y muchas dignas de aplauso, aplausos entrecomillados pero aplausos a fin de cuentas. Europa ha organizado una sociedad de bienestar, ha dado a luz las más poderosas clases medias para envidia de todos, ha construido una estructura democrática sostenida y progresiva, pero a la vez enquistaba un neocapitalismo feroz hasta el punto de que ya nos resultaba imposible matizarlo de verdad, la socialdemocracia enferma de un dinerismo empalagoso y mortal. Europa se ha vendido. Como siempre, a las lentejas de turno, con crisis y sin crisis, con nacionalismos y con refugiados, con inmigrantes y con una demografía en decadencia. Europa permanece pero ya no es la misma, y en los próximos meses comprobaremos hasta qué punto el tratado de Roma entra en declive según los resultados electorales de grandes países. El problema es que están ahí, en parlamentos, en gobiernos, en municipios, en la argamasa de naciones hasta ahora libres, fraternales y utópicas en lo que se refiere al bien común. Europa ha entrado en una “época de autodefensa exacerbada”. Tiene miedo. Mientras los yanquis se esconden ante los problemas ajenos. El trumpismo dominante.

Pero hundirnos en el pesimismo no conduce a nada de nada. Solamente a hundirnos más y a enturbiar nuestra capacidad de reacción. tengo por seguro que, si tuviéramos lo que hay que tener, es decir, sentido del bien común, vida más allá de las ideologías y muy en especial el valor para sanear una sociedad dinerista e individualista, conjugaríamos las dos raíces que han dado a luz la plenitud europea, de tal manera que hubiera un solo árbol con savias complementarias: la raíz cristiana, que han infundido el sentido de la trascendencia y de la dignidad humana, clave de todas las demás, y la raíz ilustrada, madre de los tres pilares revolucionarios modernos, como son la libertad, la igualdad y la fraternidad. Dos raíces, que, en este momento y en las personas de tantos hombres y mujeres apasionados por la verdad y en búsqueda constante, comienzan a encontrarse camino de un árbol único, el árbol que produzca frutos puede que un tanto diferentes pero que augure un futuro esperanzado y no hundido en el pesimismo.

Mi padre, con tantos otros padres, merece tal esfuerzo.

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