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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Políticamente correctos

Muchos de los postulados de la corrección política convierten las ideas nobles en una serie de caricaturas doctrinarias, rígidas y, con frecuencia, agresivas

Ya al final de su vida, desengañado, el escritor ampurdanés Josep Pla comentó en uno de sus cuadernos el sopor que le causaban la literatura y el pensamiento bien intencionados de su época: «La literatura d’esquerres és terriblement avorrida i d’un tedi insondable; sempre diuen el mateix: frases fetes, tòpics, repeticions copiades i indescriptibles collonades. La persona habituada a llegir no ho pot resistir. Tot és hipotètic i en definitiva inventat i fals». Pla hablaba de los autores de izquierdas, pero hoy en día sin duda habría utilizado una expresión distinta, igualmente moralizante, aunque de más amplio alcance: “corrección política”. La corrección política no sería sino otra forma de pureza ideológica empeñada en cerrar los debates antes siquiera de haberlos abierto. Como todas las ideologías agresivas, busca crear primero una mentalidad social favorable a sus postulados para luego proceder a dominarla. Lo observamos a diario en tantos y tantos campos de la vida: en la educación, por ejemplo, donde se ha impuesto con toda naturalidad la pseudociencia de las inteligencias múltiples, del acercamiento holístico a la lectoescritura, del desdén hacia la excelencia o los exámenes… O en el ámbito de lo que ahora se denomina “autoayuda”, donde se mezclan la sanación espiritual con las constelaciones familiares, la meditación zen con la consulta del I Ching, la estética New Age de un budismo minimal con las múltiples versiones del coaching. Todo esto no es sino ruido y más ruido, aunque se disfrace de silencio meditativo. Quizás, dentro de unas décadas, las generaciones futuras percibirán nuestra particular versión de la “corrección política” como el equivalente al jipismo de la época de nuestros padres. O quizás no. Pero no deja de causar asombro comprobar que la cultura general se ha desplazado de las danzas renacentistas y barrocas a las síncopas de un disc jockey, y que el equivalente de un Bach o un Mozart sea hoy un rapero con su sarta de lugares comunes y sus ínfulas contestatarias. El movimiento pendular de la Historia se produce en un lugar ciertamente extraño.

El mundo moderno nace con la Ilustración. Son los sueños de una razón emancipadora, unidos al desarrollo industrial de la economía, los que impulsaron primero el Siglo de las Luces y, más tarde, los grandes avances sociales que hemos vivido. Fue la razón la que logró trastocar los dogmas inamovibles, promover la confianza en la ciencia, reducir los privilegios estamentales, poner en marcha las democracias representativas, difundir los valores de la libertad y de la igualdad, desarrollar el Estado del Bienestar, alargar la esperanza de vida y reducir la mortalidad infantil. En el centro mismo de los anhelos de la razón liberal se encuentra la lucha contra la crueldad, contra el dolor inútil y evitable. El ecologismo, con la consiguiente moralización de los espacios naturales y el reconocimiento del sufrimiento de los animales forma parte de este proceso que intenta mitigar el mal en el mundo. Son causas nobles que suponen uno de los grandes logros de la especie humana.

Pero, al mismo tiempo, resulta interesante comprobar cuáles pueden ser sus consecuencias cuando la razón pierde su capacidad de contención y empieza a transformarse en una caricatura de sí misma. Es el riesgo real de la corrección política, doctrinaria y cerril, agresiva y tópica, pobre argumentalmente y rígida - en última instancia, totalitaria-. Cuando Pla se refería a la torpeza de la literatura de izquierdas, además de apelar al escepticismo secular propio del conservadurismo, tal vez pensaba en el peligro nunca bien calculado de la caricatura. Radicalizar una idea, convertirla en creencia, no permitir que sea analizada empíricamente ni sometida a examen, todo ello conduce a los monstruos de la razón a los que la razón precisamente debería combatir. Y es de esta deriva de lo que debemos protegernos, si deseamos preservar los logros de la Ilustración. Toda fe, incluso la más acendrada, degenera si no se la limita y pone a prueba sin cesar. Pensemos en la gravedad de los problemas que nos aquejan, en el tono de las respuestas que se les dan y en la necesidad mediática que tienen nuestros políticos de ser aceptados por la opinión de las redes sociales. La pregunta sería entonces la siguiente: ¿cuánto hay de irracionalidad en la presunta racionalidad de la corrección política?

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