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Antonio Papell

La disolución de ETA

El anuncio del definitivo desarme de ETA ha de ser el punto final de una organización terrorista a la que no le queda otra salida que su disolución tras su derrota en todos los frentes

ETA, que ya no es más que un vestigio impotente de lo que fue y en la que apenas milita un puñado de personas, parece obstinadamente dispuesta a mantenerse lejos de la realidad y a intentar un pintoresco desarme que parezca promovido por ella misma.

La realidad es que este postrero esfuerzo se ha precipitado por el temor etarra de que el referido desarme deje de tener sentido en cuanto avance un poco más el proceso de incautación de material bélico a cargo de las fuerzas de seguridad del Estado, que seguramente no se han apoderado de todos los arsenales que conocen porque esperan detener todavía a algún etarra incauto que se aproxime a ellos. Lo cierto es que ha fracasado hace tiempo el intento de los terroristas de conferir cierta voluntariedad al proceso de alto el fuego definitivo; y ello es así desde que, a instancias del Gobierno español, Noruega expulsó en febrero de 2013 a la delegación de ETA que pretendía negociar tal desarme.

Ahora, ETA se dispone a comunicar a la justicia francesa -el asunto es judicial y no político, como se ha ocupado de aclarar el gobierno francés— la situación de los últimos arsenales, ante la tolerancia indiferente del gobierno español y la aquiescencia pasiva del gobierno vasco, cuyo presidente, Urkullu, está en un momento de buena relación con Rajoy. De cualquier modo, Madrid ya ha comunicdo que no intervendrá en manera alguna ni hará otra cosa que mantener el imperio de la ley, al tiempo que aconseja a ETA que se disuelva, simplemente. No ha hecho falta advertir a los etarras que aún tratan (inútilmente) de salvar algunos muebles por este procedimiento que sería muy negativo que aun pretendieran cualquier alarde que irritara a las víctimas del terrorismo y, consiguientemente, a la opinión pública española.

El periodista Luis R. Aizpeolea, experto en el conflicto vasco, ha subrayado que David Pla, el preso etarra que está auspiciando desde Francia ese desarme, ya ha declarado a Gara que la banda terrorista emprenderá después de este proceso agónico un debate sobre su disolución; una opción que no tiene alternativa racional alguna ya que no es realista cualquier versión de la realidad que no reconozca que ETA ha sido derrotada en todos los frentes, el político y el policial, por el régimen democrático español, secundado por la comunidad internacional. Y sin embargo, allanaría el camino a la clausura definitiva del terrorismo en sí, ya que dejaría entonces de tener sentido la política penitenciaria de excepción.

Eso no significará sin embargo que el conflicto pueda darse por archivado. El recién publicado informe elaborado por Francisco Llera y Rafael Leonisio, ‘La estrategia del miedo, ETA y la espiral del silencio en el País Vasco’, explica la retracción que produjo el miedo en la participación política vasca de los grupos democráticos hasta 2011, pero Llera, durante la presentación del referido trabajo, explicó que ese miedo no ha desaparecido todavía, sino que “queda en torno a un 15%”. Quiere decirse que la normalización no ha llegado aún, algo que se constata además a la luz de determinados incidentes —¿terrorismo de baja intensidad?—, ciertamente aislados pero reveladores de que existe un poso de resentimiento (y de temor) que aún hay que extirpar para que queden completamente atrás las secuelas de ‘los años de plomo’, tan magníficamente descritos por Fernando Aramburu en su novela ‘Patria’, un gran testimonio sociopolítico además de una gran creación literaria.

Conviene tomar nota de que las instituciones del Estado, que han ganado al terrorismo, han estado a la altura de la reclamación. Es bueno tenerlo presente cada vez que se pone en duda, casi siempre con razón, el nivel de nuestra política en cuestiones de menor calado.

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