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José Francisco Conrado de Villalonga

El adefesio

No se puede olvidar que el paisaje forma parte de nuestro patrimonio y el espacio marítimo-terrestre de la ciudad debería ser un espacio sagrado

Adefesio, vocablo procedente del latín, ­-ad ephesio-, que encuentra su origen en las cartas que San Pablo, el apóstol de Tarso, dirigió a los habitantes de Éfeso, cuya fea y díscola conducta le obligaba, allá por el año 62, a aclarar la doctrina de la Iglesia, para intentar detener las teorías teosóficas que habían llegado a aquella ciudad recientemente cristianizada. San Pablo predicó a los efesios, sufrió penalidades y vejaciones y les escribió las cartas que figuran en el décimo libro del Nuevo Testamento. La ciudad de Éfeso, ubicada a orillas del mar Egeo, es una de las doce villas jónicas y, de sus ruinas conservó la profunda impresión que me causó visitar la casa de la Virgen María, en la que vivió huyendo de la persecución, hasta su ascensión, y también el recuerdo de la magnífica biblioteca de Celso. Pero además, el término “adefesio” incorporado al castellano es sinónimo de ridículo, de disparate o de despropósito, fácilmente ajustable al Palacio de Congresos de Palma, próximo a su inauguración.

Terminado el mamotreto, el desaguisado se ha completado, el disparate urbanístico ya se ha consumado, el despropósito locativo ya no tiene vuelta a tras, consummätum est, el “Adefesio” ahí está y ha surgido para quedarse. En su momento fueron desechados los proyectos de Richard Rogers, Rafael Moneo y Eduardo Soto. Esa construcción ha estado plagada de conflictos, ha sido el palacio de los líos. A pesar de la deficiente gestión, del despilfarro de recursos públicos, el mamotreto se ha terminado y se ha metamorfoseado en un “adefesio”. En junio de 2011, el anterior consistorio, -cuya corrupción política, funcionarial y policial ha alcanzado límites inimaginables- y, en su particular inacción, en vez de tomar la decisión de atender a lo que la ciudadanía pedía y desmantelar una estructura que ya punteaba hacia un grave error, opto por seguir invirtiendo el dinero de los palmesanos en un proyecto espantoso cuya ubicación atenta al más elemental deber de protección del paisaje.

Sin que mi opinión tenga especial valor, publique en DM, en el año 2010, dos artículos titulados, “Los mamotretos de la entrada a Palma” y “Demolición del mamotreto” en los que explicaba mi sentir y el de mucha gente sobre el atentado que se estaba perpetrando y, como era de esperar el Ayuntamiento siguió en la contumacia del error. Dicen que desde dentro se verá el mar, se dominará la catedral, el castillo de Bellver, las murallas de la ciudad etc., pero desde fuera, desde la entrada a Palma, desde la calle, el adefesio oculta todo esto, es un edificio que no ha respetado ni la naturaleza ni las nobles edificaciones que se ha empeñado en esconder. Como dijo Frank Gehry, príncipe de Asturias de las artes, autor del Guggenheim de Bilbao, las obras que se hacen actualmente carecen de respeto hacia la naturaleza y hacia el hombre. La ciudad de Palma debe de tener el record de atentados arquitectónicos y paisajísticos por metro cuadrado. No se puede olvidar que el paisaje forma parte de nuestro patrimonio y el espacio marítimo-terrestre de la ciudad debería ser un espacio sagrado. Sin embargo, el político ignorante es el primer agente de erosión y destrucción de la naturaleza.

Se ha invertido una fortuna para construir un adefesio parecido a un muro de nichos de un cementerio que produce turbación y miedo al llegar a Palma. Esta salvaje actuación es consecuencia de la falta de sensibilidad y sentido de la estética. Las instituciones deberían proteger y poner en relevancia la arquitectura de calidad que tiene la Ciudad Antigua. Si se hubiese ubicado el adefesio, 300 metros más atrás, seguiría siendo un adefesio pero molestaría mucho menos. El daño está hecho, ahora solo queda esperar que se ocupe adecuadamente y que genere un turismo de calidad que eleve el nivel de visitantes a esta maltrecha Mallorca.

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