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JOrge Dezcallar

Vaya semanita

No voy a referirme a las elecciones en los Países Bajos donde la buena noticia es que De Wilders ha tenido peores resultados de los que esperaba, aunque haya ganado algunos escaños que darán voz en el Parlamento a sus posturas antieuropeas y antimusulmanas. Hemos pasado así lo que el primer ministro Rutte llamó los cuartos de final europeos. Ahora habrá que esperar a la semifinal de Francia y luego a la final en Alemania, sin olvidar al Cinque Stelle italiano, que también nos puede complicar la vida. Y si todo va bien y los eurófobos quedan fuera de los gobiernos europeos, la UE habrá dado un paso muy importante para poner en marcha un futuro basado en geometrías variables y en cooperaciones reforzadas para los que quieran y puedan.

Estos días dos son los asuntos que me parecen más importantes, la desmesura turca y el problema de Escocia.

Turquía fue considerado "candidato" a la UE en 1999 y las negociaciones de adhesión comenzaron en 2005. Desde entonces han progresado poco porque la UE no es un club cristiano pero es un club que tiene reglas que todos debemos cumplir. Y hoy Turquía no cumple las condiciones para entrar. Parece como si el Estambul moderno y europeo, que es el 3% de su territorio, perdiera cada día terreno e influencia ante el 97% restante de la Turquía profunda y asiática.

Yo no soy partidario de la entrada de Turquía en la UE y en esto no estoy de acuerdo con mi gobierno, que la defiende frente a las mayores reticencias de Berlín y París. Creo que bastantes problemas tiene la UE como para añadirle los de un país de 75 millones de habitantes, musulmanes, con vecindad con Siria, Irak, Irán, Georgia y Armenia, que son todos países muy complicados, con graves problemas con los kurdos y con Grecia y aún mayores con los derechos humanos. Además Turquía se ha embarcado en una deriva autoritaria e islamizante que no augura nada bueno y que tiene comprensiblemente preocupado al segmento más liberal de su población, sobre todo desde que Erdogan acusó al clérigo Fethullah Gulen y a sus seguidores de organizar un golpe de estado en junio del año pasado.

La represión ha sido terrible con más de doscientos muertos, 130.000 represaliados que han perdido sus trabajos y 90.000 detenidos que hacinan las prisiones, donde ya no cabe un alfiler. La persecución política se ha cebado con los militares, los jueces, los maestros y los periodistas. La libertad de prensa ha desaparecido. No contento con ello, el régimen quiere hacer aprobar en referéndum el próximo 16 de abril una reforma constitucional que transformaría la actual república parlamentaria en una república presidencialista y autoritaria, en la línea iliberal que parece estar poniéndose de moda en los Estados Unidos, en Polonia, en Hungría o en Israel.

Si se aprueba, Erdogan podría continuar en el poder hasta 2029. Como el resultado del referéndum está en el aire y cada voto cuenta, Erdogan quiere que voten (a su favor) las enormes minorías turcas que viven en Holanda, y Alemania. La negativa de ambos a que ministros turcos hagan campaña en sus países se basa tanto en sensibles razones de política interna, como por el poco entusiasmo que les suscita la reforma. Otros países han adoptado la misma postura y eso ha enfurecido a Erdogan que ha perdido los papeles, les ha insultado llamándoles nazis y ha amenazado con graves consecuencias para Europa.

Esto es grave porque Turquía es un país grande, socio en la OTAN, que tiene un papel importante en la actual crisis siria, que tiene ambiciones de hegemonía en Oriente Medio donde coquetea con Rusia (las tropas norteamericanas en torno a Raqqa parecen más ocupadas en proteger a sus aliados kurdos de los turcos que en luchar contra el Estado Islámico) y, sobre todo, que controla el paso de refugiados hacia Europa. Si deja de hacerlo y nos envía de golpe a los dos millones de sirios que tiene dentro de sus fronteras nos crearía un problema imponente. Esperemos que el buen sentido se imponga y que las aguas vuelvan a su cauce una vez que pase el referéndum.

Muy grave también puede ser que el Brexit haga saltar por los aires al Reino Unido. Theresa May ha conseguido el aval parlamentario para activar el articulo 50 del Tratado de la UE y poner en marcha la desconexión de Europa que puede desembocar en la desconexión entre Inglaterra y Gales, por un lado, y Escocia e Irlanda del Norte, por otro. Los escoceses no quieren dejar la UE y se plantean un nuevo referéndum antes de que Londres se vaya, de forma que la negociación Londres-Bruselas incluya al mismo tiempo la salida de Inglaterra y la permanencia de Escocia, algo que May rechaza. El problema se complica aún más con la necesidad de restablecer la frontera terrestre entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, algo de lo que no quieren oír hablar ni los católicos separatistas ni los protestantes unionistas y que amenaza con alterar los equilibrios tan difícilmente alcanzados tras los Acuerdos de Viernes Santo que pacificaron Belfast. De esta forma el Brexit podría acabar provocando una gravísima crisis constitucional y acabar con el mismo Reino Unido. Nadie pensó que la negociación del Brexit sería cosa fácil, pero ahora a May le crecen los enanos.

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