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José Carlos Llop

Nunca he sido tan feliz

La otra noche escuché la siguiente frase de un telediario: "Geert Wilders ha perdido las elecciones en Holanda". Estupefacto me quedé. ¿Cómo que ha perdido? Las elecciones se ganan o no, y cuando se pierden sólo las pierde uno: quien gobierna. Wilders no gobernaba. Esto ha sido siempre así en democracia y sería una estupidez recordarlo si no fuera porque hay tantas circulando por ahí que conviene repetir de vez en cuando lo más evidente. Por ejemplo: "Geert Wilders no ha ganado las elecciones". Pero incluso de este modo, la filosofía que encierra esta otra frase puede tener un mecanismo perverso: la desilusión. ¿O usted esperaba que las ganara? O mejor: ¿deseaba que las ganara? Porque entonces, Huston, tenemos un problema y no se llama democracia, sino su contrario. Aunque si por un momento dejamos de lado lo que ocultan ambas frases e intentamos llegar a su origen -a su causa-, nos topamos de bruces, ay, con el periodismo.

Si recordamos las crónicas, las fotografías, las portadas, los reportajes de las semanas previas a las elecciones holandesas, por todo nos encontramos con el rostro de Wilders rodeado de fornidos guardaespaldas. Su rostro y atrezzo como metáfora de sus ideas políticas: no engaña a nadie. Si repasamos por centímetros o metros cuadrados lo que ha ocupado Wilders en prensa -olvido ahora la televisión- parecía que en Holanda sólo hubiera un candidato. Sí, luego había un tipo alto con gafas de montura metálica del que sospechábamos que debía de ser su contrincante, el presidente del gobierno holandés probablemente. Pero nada más. Las elecciones las habrá perdido o no ganado, o como ustedes quieran, el tal Wilders, pero la campaña -al menos fuera de Holanda- la ganó de calle y por goleada. ¡Si hasta Le Monde, hace diez días, le dedicó la portada -con un primer plano de su testa que ocupaba un tercio de portada- más la página 2 y la mitad de la 3!

La pregunta sería: ¿de verdad van a ganar los que, si nos leemos y escuchamos, parece que vayan a ganar de manera imbatible? ¿Leemos, escuchamos, o vemos, la realidad? ¿Se vive en el deseo alquimista de mutar la irrealidad en realidad? ¿Ha pasado a ser la prensa un elemento de la voluntad, que crea su realidad y niega las demás, sea, o no, para vender un poco más? ¿O ha sido así siempre?

Lo mismo ha ocurrido con la presentación de unas viejas grabaciones hechas, parece, por el CESID. Rasgándose cínicamente las vestiduras con las escuchas -cuando sabemos, antes de Snowden, que aquí se graba y graba a todo el mundo, ya avisó Alfonso Guerra cuando mandaba y lo remarcó hace tiempo algún juez: "Si no quieren que se sepa, que no hablen por teléfono" fueron más o menos sus palabras- y con el objeto de las mismas. En este caso al Rey. He oído tildar esas grabaciones de "suciedad": ¡por quien las ha publicado! Entonces, ¿por qué las publica en su diario? ¿Por la libertad de expresión? Vamos, anda? Y a ver: ¿con qué se creen que trabajan los llamados servicios de inteligencia? ¿Con detergentes? Y aquí volveríamos a las elecciones holandesas.

Precisamente porque intuimos (repito, intuimos) lo que es el Estado -única institución que legalmente se reserva, para su uso particular, la fuerza, por bruta que sea, y los medios que sean necesarios para su salvaguarda- es por lo que es importante que los partidos cuya pulsión no es demócrata no controlen sus mecanismos. Si hasta Mitterand se hacía grabar las conversaciones de sus actrices favoritas para paladearlas luego, imaginen lo que harían otros. O no, no lo imaginen: está en los libros de historia del siglo XX y en muchas de sus novelas y películas, infinitamente más pobres que la realidad. La última, precisamente, se titulaba La vida de los otros. Miles de cintas grabadas en los sótanos de la Stasi. Por no hablar de los archivos del KGB. O ahora la CIA grabando desde la televisión de casa, vaya aburrimiento.

Creo que es en Rojo, estupenda película de Kieslowski, donde un juez retirado interpretado por el gran Jean-Louis Trintignant escucha a sus vecinos con un sofisticado aparato de radio. Él es un hombre solitario, al que su mujer abandonó, y construye su novela particular con retazos de la vida de los demás. Esto le salva el día a día, pero no le salva su vida sino que la condena aún más. Quizá aquí la única salvación esté en ponerse del lado del escuchado y no sólo porque escuchados -o espiados- lo seamos todos. Es en ese lado donde está la humanidad, no en el otro: en el otro están los pillos y los que consideran que la persona es basura. Por eso, que la gente como Wilders no gane las elecciones es muy importante. Y más aún el uso de la verdad en la información, entre otras cosas para que no ocurra.

Pero en este asunto real, al revés que en el verso de Gil de Biedma -"la verdad, desagradable, asoma"-, la verdad ha asomado en todo su esplendor: "nunca he sido tan feliz", dice una voz de hombre que todos sabemos a quien pertenece y a qué se refiere. Que un hombre o una mujer puedan afirmar eso en su vida durante un largo período de tiempo -como largo fue el período que generó la frase grabada- es impagable y nos habla, al revés que todo lo demás, de uno de los mejores rasgos de la naturaleza humana. Aquel que los que espían a los otros, no entienden.

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