Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La quinta

Mujer e igualdad

No deberíamos vanagloriarnos de ser mujeres, como tampoco de ser hombres o pertenecer al universo gay porque somos parte de una sociedad diferenciada llamada a la comprensión y el mutuo respeto que hace posible la convivencia pacífica.

En fechas recientes, un colectivo, ente o secta, cuya identificación desconozco y tampoco quiero saber, puso a rodar un autobús para revelarnos que los niños tienen pene y las niñas vulva. Deben creer que gracias a este descubrimiento los médicos, madres y padres concurrentes en el paritorio podrán disipar sus dudas acerca de si la criatura recién nacida debe llamarse Amparito o Nicolás.

Pero los promotores de tal iniciativa llevan varias décadas de retraso porque en la de los ochenta el conjunto de Los inhumanos ya le había puesto música a lo de que los niños tienen pilila; aunque en tan ya remota ocasión sus ecos no se extendieron más allá de las discotecas o las audiciones y todos bailamos divertidos al son de su música. Sin embargo, en esta ocasión se han llenado páginas de diarios y tiempos televisivos otorgándoles una propaganda gratuita e inmerecida, porque la necedad no tiene más respuesta que el desprecio.

Y ello obedece a que andamos revueltos porque ni el respeto ni la convivencia pacífica conocen sus mejores tiempos, y hemos caído en la vanagloria de nuestra sexualidad. Los hombres no han necesitado reservarse una fecha para celebrar su condición, pero las mujeres han señalado la suya e igualmente los gais, celebrando su propio orgullo. Lo de los hombres es comprensible porque además de sus propios destinos han regido los de las mujeres y los gais durante los trescientos sesenta y cinco días de cada año.

Leí en alguna ocasión que durante el Imperio Romano las féminas se revelaron contra la dominación masculina, pero basta recorrer las bibliotecas y pinacotecas para comprobar que la mujer ha sido relegada del arte y la cultura, como de la empresa y la política, a la que solo han asomado ciertas singularidades llevando sobre sí el peso de la influencia que padres, hermanos, maridos e iglesias ejercían sobre la voluntad femenina. Podemos recordar el agrio debate entre Victoria Kent, resistente al voto femenino que consideraba vinculado a estas dependencias, y la posición de Clara Campoamor, quien por encima de todos los inconvenientes entendía necesaria la expresion de su voluntad.

Un largo camino en la lucha por el reconocimiento de los derechos de la mujer a la que se han unido algunos hombres y, en honor a la verdad, se han autoexcluido algunas mujeres que asumen la dependencia, se esclavizan, abren la puerta a los maltratadores y dejan que su vida escape por las ventanas. Se han ganado muchas batallas, pero continúa la guerra y debemos sentirnos afortunadas de vivir en un país en que al menos sobre el papel existe la igualdad y adoptar en nuestros hechos a la actitud de que nadie está por encima ni por debajo de nosotras. En esto, y solo en esto, consiste la igualdad.

Sin embargo, hay motivos de preocupación ante posiciones que se dicen feministas y revelan soterradamente el rechazo, incluso el odio hacia el sexo contrario. Recientemente se publicaba en estas páginas que la mujer no necesita al hombre porque puede tener hijos por clonación o inseminación artificial. También una supuesta experta en urbanismo afirmaba que las ciudades no están pensadas para las mujeres, dejando entrever que su condición de amas de casa no encuentra condiciones en la ordenación ciudadana.

Me pregunto qué sienten hacia sus padres, hermanos, marido hijos o amigos, todos varones; si son capaces de amarlos o, al menos, respetarlos. La igualdad no significa desprecio, y mucho menos convertir a la mujer en una rata de laboratorio para ser madre. Además del cuerpo, todos tenemos un alma, un espíritu, un intelecto, o como quieran llamarlo, que despierta los propios sentimientos y tantas veces el deseo de compartirlos con el sexo contrario. No somos más mujeres por exhibir las tetas ante un abispo, un altar o cualquier institución pública, ni por enfundarnos en un sayo que aproxime nuestro cuerpo a un mero bulto. Feminismo y feminidad no están reñidos.

Me gustaría conocer ese modelo urbano que, por cierto y estúpido, no define la urbanista. Porque hasta ahora, todos por igual pisamos las mismas calles y no aspiro a que se dediquen trayectos a las mujeres como carriles a las bicis.

Tengamos más amplitud de miras y pensemos en las niñas que nacen en países con un predeterminado destino en la marginación y ejerzamos el poder de convicción sobre las instituciones internacionales para que utilicen los medios a su alcance para erradicar las diferencias. Y mucho más cerca de nosotras, levantemos nuestra voz para que las que aún se consideran sumisas se liberen de los yugos que las atenazan.

Seamos iguales. Seamos mujeres.

Compartir el artículo

stats