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Norberto Alcover

En Aquel Tiempo

Norberto Alcover

Pasiones desordenadas

Preparo una conferencia sobre la espiritualidad ignaciana en La misión y Silencio, que seguramente cuando aparezca este artículo ya habrá tenido lugar. En consecuencia me sumerjo en una serie de principios característicos del santo loyolense, que, al cabo, dan lugar a este texto y que muy bien podrían provocar un serísimo ensayo sobre las últimas dimensiones del espíritu humano, es decir, de nuestra vida individual y colectiva.

Me refiero al "mundo de los afectos", de lo que Ignacio denomina una y otra vez "afecciones ordenadas y desordenadas". Una temática más tarde recuperada por el psicoanálisis más certero y no menos por los teólogos pre y postconciliares. El mundo de la elección, de la dualidad, de la culpa, de la responsabilidad, del perdón, y en fin, de la conciencia. Siempre tentada en cualquier momento de nuestro existir. Ese conjunto de "presiones existenciales" que intentan abrirse camino hacia algún tipo de salvación integral para el momento de confrontarse con la muerte. El gran tabú de nuestra sociedad, si bien estamos rodeados e impregnados de muertes por todas partes, hasta abrumarnos.

Está claro que somos lo que consigue apasionarnos. Y toda pasión nos arrebata hasta conducirnos a otra dimensión, la dimensión del deseo atosigante. Somos aquello que deseamos, pues toda la sutilísima maquinaria biológica y anímica se organiza en función de lo deseado, incluso hasta hacernos daño, hasta aniquilarnos en algún momento de la vida. La pasión potencia la idea, y la idea se convierte en acción más o menos intensa y certera en la medida en que la pasión que la movilizó es ordenada o desordenada. Pienso que los grandes científicos del momento son enormes apasionados de la materia sobre la que trabajan, de la misma manera que Francisco está dominado por la pasión de la misericordia a la hora de actuar su pontificado. Todo quien se introduce en la sociedad de forma relevante es una conjunción de ideación penetrante y de apasionamiento en torrentera. Está claro que, en muchas ocasiones, la acción es mera pasión sin referente eidético contrastado, y entonces se evapora en la nada o en resultados catastróficos. Por ejemplo la violencia machista. Por ejemplo, la violencia escolar. Por ejemplo, esa pulsión xenófoba y racista. Por ejemplo, la corrupción en cadena. Por ejemplo, la pedofilia insultante. Pasiones desordenadas que arrasan cuanto encuentran y que tal vez fecundan el espíritu humano de una satisfacción biológica patológica. Más adelante, ofreceré el consejo de Ignacio, en general poco conocido.

Pero entonces, uno se pregunta qué debiéramos de hacer en nuestros colectivos de todo tipo, sobre todo familiares y escolares/universitarios, para que el mundo pasional resulte felizmente educado. Y lo primero es aceptar lo ya indicado poco antes: el ser humano solamente alcanza el equilibrio cuando sus contenidos eidéticos son correspondidos por una pasión oportuna, que los potencia con rectitud. Por lo tanto, comencemos por preparar a nuestros menores y algo más mayores en el "arte de la conceptualización" de la realidad, para evitar que todo se someta a un apasionamiento sin control. Pero esta urgente tarea no está de moda. Pensar, conceptualizar, reflexionar, son acciones inútiles puesto que ya la tecnología las sustituye. En consecuencia, resta la pasión pura y dura, la pasión desordenada. Y nos llamamos a sorpresa cuando es un derivado lógico: sin específico contenido desaparece el control de la forma, de la acción, de la vida. Llegamos a la "pasión inútil".

¿Es entonces perversa la pasión? En absoluto. Censuramos una "pasión vaciada de sentido", pero enfatizamos toda "pasión potenciadora de sentido", es decir, ese anhelo por realizar en la propia vida y en la sociedad aquello que juzgamos válido y justo, si bien podamos equivocarnos en el juicio de valor. Pero el mundo se sostiene por las personas, hombres y mujeres, que conocen y aman, que se apasionan por lo que piensan. Tan importante es "atreverse a pensar" como "atreverse a apasionarse". Vosotros mismos, dominados por el pánico a diferenciarnos socialmente, nos negamos al apasionamiento personal hasta ser víctimas de "las pasiones homologadas" que la moda impone en todos los órdenes de la vida. Entonces, surgen las pasiones desordenadas de Ignacio de Loyola, tan elaboradas más tarde desde otros ámbitos civiles y religiosos. Educar para el pensamiento y no menos para el apasionamiento. Conocer y amar.

Llegados aquí, (perplejidad, insatisfacción, desorden, claroscuro, malestar, etc.), permítanme que recuerde la frase ignaciana: "En tiempos de desolación. No hacer mudanza, más actuar contra la causa de la tal desolación" La segunda parte de la frase suele omitirse, de tal forma que Ignacio resulta traicionado. Ante la desolación actual causada por una ausencia de pensamiento y por una debilidad pasional, hay que parar el carro de la educación y de la propia conciencia, sin precipitaciones ideológicas, para buscar la causa o causas objetivas de la desolación vivida. Nada de paralizarnos ante la situación. Nada de resoluciones demasiado rápidas. Nada de huelgas precipitadas. Pararse para pensar sobre las causas, meditar pero que muy bien sobre las diligencias a efectuar, y todo ello aplicarlo con apasionamiento, el mismo apasionamiento con que se habrá pensado y elegido. "Hacer mudanza"?respecto de las causas del impase que atravesamos, sumidos en un desconcierto global.

Aplicado todo esto a La misión y Silencio, se deducen una serie de características de la espiritualidad ignaciana de gran utilidad para nuestro momento histórico. Ignacio siempre se movió entre una búsqueda constante de lo mejor y de lo más, pero apasionadamente, como si la vida le fuera en ello. Y es que le iba. Porque habían apostado por lo mejor y por lo más. Ya lo saben ustedes.

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