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Manca finezza

Llevamos una temporada que tal parece que se hubiera extendido por la epidermis patria una especie de pandemia de sensibilidad que provoca que casi todo el mundo transite por los caminos con un escándalo en la faltriquera que le obnubila la visión y le provoca la correspondiente sensación de haber sido objeto de una ofensa directa. Hoy por hoy, si el ciudadano medio no se escandaliza de algo o de alguien, es que no tiene sangre en las venas.

Es esta una geografía de moral, de ética personal y social algo descuidada, donde vemos con demasiada benevolencia los deslices de los que nos son queridos, generosidad que huye a galope cuando esos deslices se convierten en terribles crímenes de lesa humanidad, por el solo hecho de que los comitentes no son de nuestra cuerda y por ello merecen toda reprobación. Es precisamente por ello que nos escandalizamos con demasiada facilidad, siempre de lo que otros, que no piensan como nosotros, hacen, dicen, expresan o manifiestan.

Decía Calderón en forma de rima que "nada me parece justo en siendo contra mi gusto"; y esa es la clave de todo indicio de escándalo, de sentirse provocado por algo o alguien que se produce contra lo que a nosotros nos parece respetable y al tiempo la ausencia de esa falta de sensación cuando el hecho de que se trata va contra a lo que a nuestra particularidad no le parece merecedor de ese mismo respeto.

La palabra escándalo deviene del término griego skandalon, que tiene por significado "tropiezo" u "obstáculo que hace tropezar", y ciertamente es esa una piedra en la que solemos tropezar en innumerables ocasiones. No es necesaria una larga labor de lectura o escucha a través de los medios de comunicación para darse cuenta de que nos liamos con extremada facilidad con asuntos que no pasan de ser nimiedades; fíjense sino en la movida del famoso autobús color butano circulante por algunas de nuestras calles.

A mí personalmente la leyenda del transporte de ideas me parece una idiotez, no tanto quizá su objetivo, las voluntades son las que son, pero no entraré en ese debate; soy de la opinión de que cada uno puede decir lo que quiera, con lo límites que impone la ley, aún cuando sus palabras sean algo menos que una simple inanidad; si todas las expresiones faltas de la adecuada consistencia fueran sujeto de penalidad judicial, nuestros juzgados tendrían que establecer, como algunas farmacias, turnos de veinticuatro horas. Dicen los escribientes de lo del autobús que tan solo describen una realidad física; permítanme que les recuerde que es también una realidad física la inexistencia de Dios porque nadie ha podido establecer de forma empírica su existencia, estoy seguro que de circular por las mismas calles del autobús, que unos llaman del odio y yo califico de lo tonto, los mismos que se escudan en la libertad de expresión para defender sus frases, pondrían el día en el cielo y se sentirían escandalizados por tal frase paseada a lomos de un vehículo de motor, ¿o no?

Otra cosa es el mal gusto, la falta de respeto y aún la simple cutrez en ciertas expresiones, del tipo que sean, que nos viene arrojadas a través de los distintos modos de desperdigarlas, un día sí y otro también y quizás reside justo ahí el problema, en esa afición por la sal gorda, en esa especial habilidad que solemos atesorar entre nosotros de acudir al comentario ruin y fácil de lo de los otros al mismo tiempo que huimos raudos de cualquier intento de evaluar algo, aunque sea negativamente, dentro de los límites del buen gusto, del respeto y, si me apuran, de una adecuada argumentación intelectual del desacuerdo, pero claro para llegar a tal objetivo es necesaria la función que, teóricamente, nos distingue del resto de animales: el raciocinio, el pensar, el cavilar el comentario o la respuesta; y eso, convengámoslo, es incomodo y por demás trabajoso.

Esa es por ventura esa finezza que nos es tan ajena en esta nuestra sociedad, la que causa estas situaciones; falta de fineza que además permite que cualquier paisano vuelque en las redes su parecer que suele remitir sin asomo de revisión o autocritica, y que una vez lanzada rueda de forma autónoma por cada una de las mentes que la perciben. Peligrosa situación.

El ansia del discrepante debería necesariamente mantener una cierto maridaje con una mínima capacidad de hacerlo dentro de los cánones de una respetuosa relación con quien siente y opina en desigualdad con respeto a nosotros; ahora estamos en la época de los ciento cuarenta caracteres y para establecer un pensamiento, una idea, una forma de ver de forma adecuada en tan corto espacio literario es necesario el tener una no escasa capacidad de pensamiento. Opinar puede ser sencillo, defender esa opinión de forma razonada es algo más complicado.

Dicen que existe un sistema parental para impedir el acceso de los niños a según qué contenidos navegantes en las redes; ¿para cuando un sistema que requiera un certificado de idoneidad para el sentido contrario?

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