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COLUMNATA ABIERTA

El hombre de los detalles

Quería comprar una tienda de campaña nueva, más grande, porque a mi hija le hace ilusión compartir alguna pequeña aventura conmigo allí arriba. No demasiado cerca del cielo, claro, pero lo suficiente para sentirse una pequeña montañera. Tenía que darme prisa antes que prefiera ir con su novio, pero él me insistió en que esperara a su vuelta. Me dijo que buscara por Internet entre los modelos de una conocida marca americana, y en tres semanas conseguiríamos un precio imbatible gracias a su amistad con el delegado en España. Ese día almorzábamos junto a los enormes ventanales del edifico de Caixafòrum en Palma, y un sol de invierno iluminaba por detrás su cráneo perfecto y calvo como si fuera una gigantesca bombilla. Yo acaba de volver del Himalaya, y le mostraba en mi teléfono las fotos de un atardecer sobre la cima del Kanchenjunga, del mismo color que su coronilla en esos momentos. El reía, como siempre, con aquella carcajada profunda que le salía del alma. Y entonces decidimos intentar subir juntos en otoño de este año un montañón en Nepal.

La semana siguiente mi amigo viajaba a Argentina para hacer alpinismo en los Andes. Antes volvimos a hablar por teléfono e intercambiamos varios mails por temas profesionales. En el último no me resistí a decirle que me daba mucha envidia por su expedición, y él me amenazó con darme mucha más a su vuelta cuando me lo contara. Tres días después estaba muerto. Cuando me llamaron para comunicármelo pensé que tenía que ser un error, porque no comenzaban la ascensión hasta unos días más tarde. Pero la fatalidad no entiende de sueños, ni espera a que los cumplas. Aguarda en cualquier sitio, y a Pepelu lo encontró en un accidente de tráfico, en una de esas angostas carreteras de montaña, tan parecidas en cualquier cordillera del mundo. Una curva, un camión que desciende más rápido de la cuenta, y tres mil kilos de carga que vuelcan sobre el coche que viene de frente. Un final fugaz y lejos de casa, en contraste con el calvario interminable que supone repatriar el cuerpo de un accidentado desde el otro lado del Atlántico. Aquí dejó una viuda, dos niños adorables, unos padres, un hermano y cientos de amigos que seguimos echando de menos su acento madrileño y su mirada bondadosa.

Hace unos días el Institut Municipal de l’Esport tuvo el detalle de rendir homenaje a José Luis Carrera, el promotor de la 261 Women’s Marathon que se había celebrado en Palma los tres últimos años. El tributo ha pasado bastante desapercibido en los medios de comunicación, pero no podía ser más merecido. La 261 era una carrera diferente, y no solo lo pienso yo. Lo dicen muchas mujeres que participaron en sus tres ediciones. En las dos primeras hubo una persona especial esperando para abrazar a cada una de las participantes que traspasaban la línea de meta. Kathrine Switzer fue la primera mujer en la historia que corrió un maratón con un dorsal, y hoy es un icono mundial del atletismo femenino, de la lucha por la igualdad de género y por dar visibilidad a la mujer a través del lenguaje universal del deporte. La gesta de Switzer en Boston sucedió exactamente hace medio siglo, y en unas semanas va a intentar repetirla, esta vez cumplidos los 70 años. Una forma perfecta de simbolizar la perseverancia y la capacidad de superación de millones de mujeres en todo el mundo.

La 261 fue una carrera llena de detalles pensados para que ellas se sintieran como son, iguales en derechos a los hombres y distintas en tantas otras cosas, también cuando corren. Y el principal artífice de aquella fiesta anual del running femenino, de tantos abrazos y tantas emociones en aquella meta de color rosa, fue José Luis Carrera. A mí me gustaba respirar aquella atmósfera peculiar, de entrenamientos compartidos para la ocasión y retos alcanzados por primera vez. Un evento deportivo que dio pérdidas cada año a la empresa organizadora, pero al que Pepelu no quiso renunciar, tampoco en esta edición. Porque él también era un luchador. Tuvo que ser un camión en una carretera de los Andes el que truncara la celebración en Palma del único maratón femenino que se corría en Europa. He querido darle el último abrazo a Pepelu en esta página, y decirle que hace ocho días otras dos mil mujeres de toda clase y condición volvieron a disfrutar corriendo por las calles de Palma, algo impensable hasta hace bien poco. José Luis Carrera fue uno de esos hombres silenciosos que no hacía nada por salir en las fotos, y lo hacía todo para que ellas se sintieran especiales al menos en aquella mañana en que tantos pormenores dependían de él. Por mi parte, cuatro meses después de nuestra despedida aún no he sido capaz de mirar una tienda de campaña.

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