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La estridencia es vistosa

Dice Ramoneda, y tiene razón, que el independentismo es todavía el primer proyecto catalán, por lo que, aunque el "proceso" actual desemboque como ya todo el mundo presagia en unas simples elecciones, el soberanismo seguirá estando ahí, y "de cómo sea el camino hasta el momento de votar dependerá el día después: mayor enconamiento, más de lo mismo (es decir, seguir en el pantano) o expectativas de negociación real".

Acierta el analista con su relato, salvo en la sugerencia de que otros construyan otro proyecto alternativo, que desplace al independentismo de la primacía o que al menos se pueda confrontar con él. Porque el independentismo tiene un aura romántica, idealista, inflamada, atractiva, capaz de cristalizar adhesiones y aclamaciones, que ninguna otra opción lograría por vías racionales. La estridencia es vistosa y el independentismo, que se deja arrullar por himnos cargados de épica y que progresa por entre mareas estremecidas de banderas iguales, no tiene parangón con discurso democrático alguno.

La democracia es, por definición, aburrida, porque está ideada precisamente para resolver pacíficamente los conflictos. No podrá, pues, competir jamás en vehemencia con quienes gritan, rompen, rasgan o llaman a la revolución.

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