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Ramón Aguiló

Hay una tumba sin nombre para ti

El auto del juez Penalva sobre el caso Cursach ha puesto de manifiesto, además de unas prácticas empresariales irregulares, el papel escasamente combativo de los políticos en todo este entramado

Nunca creí que un mercenario de Tomeu Cursach pudiera verter una amenaza de este calibre literario para amedrentar a alguien molesto para la organización, que, según el juez Penalva, utilizaba prácticas pseudomafiosas para mantener el control nocturno de la ciudad, algo así como el ayuntamiento de la noche. La amenaza se completaba de una forma no menos contundente, aunque más convencional para lo que deben ser los estándares mafiosos de una Sicilia que, al parecer, ya cuenta con muertos: "juegas con la vida de tus hijos". No sería un mérito menor de Cursach el encuadrar entre sus filas a lectores de Hammett, Chandler o Ellroy. Casi merecerían esta frase de Budd Schulberg: "Estos tipos se dedican a los negocios (sic), pero son más sensibles que los hombres de negocios. Y al mismo tiempo se dedican al arte (literario), pero son demasiado pragmáticos para ser artistas". Con todo, y para situar las cosas en su verdadero sitio, hay que precisar que los columnistas no crean hombres con palabras, fabrican palabras con hombres. La justicia señala a Cursach como presunto líder de una organización criminal que a través de sus métodos delictivos controlaba a decenas de mandos de la policía local de Palma y Calvià. El filo de la ley lo ha proporcionado Penalva después de meses y meses de investigación silenciosa afilando el hacha. Cuando se ha conocido el auto, y han aparecido los nombres, los de los funcionarios y los de los políticos, estos últimos, al menos para los lectores, se han convertido en zombis que reclaman la tumba sin nombre también para ellos; pero para ellos la única tumba a la que pueden aspirar es la que no concede el sosiego.

En el auto del juez, además del inevitable y omnipresente Rodríguez (debería prohibirse a los hiperactivos, aunque no sean especialmente codiciosos, el acceso a la política; más aún, si determinarlo fuera posible, a éstos), se alude al delincuente compulsivo Jaume Matas, que quemaba grasas trans en el Megasport; se recoge, entre otras muchas, la declaración de otro testigo que implica a un antiguo subdirector general de Cursach, amigo del diputado y exconcejal Álvaro Gijón, hombre de Rodríguez y protagonista de toda cuanta sospecha sobre maniobras ilícitas ha podido vislumbrarse en la gestión del PP en el ayuntamiento de Palma. Aunque hay que precisar que las declaraciones de este testigo, sin duda perjudicado por Cursach, no son absolutamente fiables, pues sitúan a Tomeu Sbert en el entramado del PSOE, de cuyo gobierno dice que fue director general de Turismo antes de ser contratado por Cursach. No es cierto. Como relaté en la columna de la pasada semana, Sbert comenzó siendo gerente de la Agrupación de Hoteleros de la Playa de Palma cuando la dirigían Tomeu Xamena (vaya con la saturación de Tolos) y Miquel Vidal. Siempre se escenificaba la misma trama, remoloneaban, incluso servilmente, ante los políticos socialistas, para, ante la prensa, Sbert, verter todo el veneno y falsedad que albergaba en su corazón, que eran oceánicos. Este individuo lideró la indigna campaña de extrema derecha impulsada por empresarios hoteleros (no todos) de Palma y Llucmajor que acabó con Joan Monserrat como alcalde de Llucmajor y situó, en mala hora, a Gaspar Oliver, al PP y a Rabasco al mando del ayuntamiento. De la corrupción municipal se derivaron las condenas a Rabasco y la absolución por parte del Tribunal Supremo de Lluc Thomàs, el sucesor de Oliver y heredero del marrón que dejó éste. Después, Sbert fue premiado por Cañellas, no por el PSOE, con la dirección general de Turismo. Luego vino su contratación como mamporrero de Cursach; y el dinero, los coches de marca, la vida de lujo a los que siempre aspiró este personaje salido de una película de Scorsese, como los que interpretó Joe Pesci, sin ningún tipo de escrúpulo moral. También a mí intentó amedrentarme en 2012 a raíz de una columna en este diario. Uno de nuestros muchos males ha sido que una parte de los empresarios hoteleros, en lugar de implicarse políticamente y de forma directa en la defensa de sus intereses, sean urbanísticos, fiscales (impuesto turístico) o de otro tipo, hayan preferido delegar en manos de sus mamporreros, Matas, Flaquer, Bauzá, Maria Antònia Munar, Nadal, Sbert y tutti quanti. No atino sino a conjeturar lo impresentable de esos intereses y la enormidad de su responsabilidad. Ahora, rezumando rencor, reclaman que el impuesto turístico lo paguemos también los residentes. ¿Quién les aconsejará?

En una de sus amenazas, Sbert se jactaba de su trato con el alcalde Isern. Espero que Isern se revuelva, incómodo, del apacible retiro en el que se instaló después de salir a la luz pública que había participado con Rodríguez en una reunión preparatoria de la toma del poder de la policía de Palma por los hombres del PP, Vera y compañía. Era la gran esperanza azul para sustituir a Bauzá; la defraudó. Sólo fue capaz de balbucear desconocidos motivos personales. Ahora ya sólo queda la fatalidad de esa pareja indigerible que se disputa el trono del partido franquicia de Rajoy, Bauzá y Company, a cual peor. Me gustaría que Isern, al que no le faltaron algunos gestos dignos como alcalde, me reconciliara algo con la honestidad que cabe suponer de parte de los afiliados o de los votantes del PP, desmintiera la reunión con Rodríguez, desmintiera a un individuo de la catadura moral de Sbert, nos permitiera creer en la posibilidad de que no todo está corrompido.

Pero también hay que girar la mirada a la izquierda. No creo que sea adjudicándole, concretamente al PSOE de Calvo e Hila, complicidad con el presunto delincuente Cursach, como hace un periodista del diario; hasta ahora, leyendo el auto judicial no tengo ningún motivo para suponerla, pero sí tancredismo, falta de implicación (pacto con Nadal, UM). Vale la pena detenerse en las declaraciones del alcalde Hila al conocerse las detenciones de Cursach y Sbert: "Hay que renovar ciertas prácticas en la Playa de Palma"? "Hay que respetar la presunción de inocencia. Lo que tengo claro es que nadie ha de estar por encima de la ley, ni ningún empresario, por poderoso que sea." Ante un escándalo que solivianta y desmoraliza a la gran mayoría de ciudadanos, al pusilánime alcalde socialista no se le ocurren más que palabras insustanciales, eufemismos para salir del paso. No, señor alcalde, no se trata de eso. Se trata de delitos gravísimos, de corrupción extendida entre los funcionarios de la administración municipal y de un cuerpo de la policía, que en teoría debía salvaguardar los derechos de los ciudadanos, que está carcomido por prácticas que hasta ahora creíamos propios de las mafias policiales estadounidenses, que tendrán que venir a Palma para reciclarse. Está bien que dirija suaves reconvenciones al empresariado faltón, pero quienes tienen la responsabilidad de asegurar el imperio de la ley no son los empresarios, sino ustedes, los que mandan en el ayuntamiento. Y esto no se consigue desde el autismo político y la falta de compromiso.

La gran astucia de Cursach es haber permanecido en la sombra y que la luz de los testigos ilumine sólo la jeta de su mamporrero, un indeseable de película de gánsters. Sólo una vez he visto personalmente a Cursach, me lo presentaron allá en los ochenta. Llevaba consigo la oscuridad de la noche y en sus ojos la noche se hizo más negra. Dirigiéndose a mí dijo, lo recordaré siempre: "Este hombre es el único que me ha detenido y ha hecho que me colocaran unas esposas". Ya no estoy solo.

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