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Juan Tapia

Nuestro mundo es el mundo

Joan Tapia

Otro 3 por ciento que debe vigilarse

El repunte del IPC puede romper el equilibrio social y volver a hacernos perder competitividad

El PP prefiere obviarlo. Otros, criticar los inconvenientes. La realidad es que España ha sufrido en los últimos años una fuerte devaluación interna. La pérdida de competitividad, que destruía empleos a gran velocidad, ya no podía afrontarse como antes, devaluando. Estamos en el euro, no hay peseta y recuperar competitividad exigía una devaluación interna, algo más largo, duro y con menos precedentes.

Cuando Miguel Boyer a finales de 1982 devaluó la peseta en un 8%, al día siguiente todos los salarios, rentas y activos del país habían perdido ante el mundo un 8% de su valor. Pero la rebaja fue instantánea e igual para todos. Un golpe seco y uniforme que generaba lamentos pero que se digería con aquello de "mal de muchos€" y porque no era una macabra novedad.

Una devaluación interna es más honda y dolorosa. Para que un comité de empresa acepte disminuir salarios tienen que pintar bastos. Y no hay profesional, ni restaurante, que rebaje tarifas si no teme perder clientela. Ni nadie vende un piso contento bajando el precio.

Y eso ha pasado en España. Con sufrimiento, desorden, mucha amargura social y bastante voto de protesta, pero con poca conflictividad. No con aceptación, sí con contenida protesta y resignación cristiana€ o laica. Y la medicina ha funcionado. Hoy los productos españoles son más competitivos, la economía vuelve a crecer y se crea empleo. No con los salarios de antes pues hemos devaluado.

Pero este proceso sólo ha sido posible porque los vientos exteriores -petróleo barato, tipos de interés mínimos y euro débil- han ayudado. El IPC caía mientras los salarios se ajustaban, lo que hacía la cosa más digerible. La inflación ha sido mínima desde el 2009 y negativa en el 2014, 2015 y 2016. Y como la caída en otros países ha sido menor, el diferencial de inflación ha jugado a nuestro favor y hemos ganado competitividad. Pero ahora los vientos exteriores (petróleo al alza) y la recuperación del consumo (lógica por la creación de empleo) cambian la ecuación. Hace un año los precios bajaban y el IPC era negativo (-0,8%). Pero desde septiembre tenemos IPC positivo. Y preocupante en enero y febrero, cuando hemos alcanzado el 3%.

El peligro está ahí. Si la inflación se dispara, también lo harán las reivindicaciones salariales y el precario equilibrio social puede naufragar. La conflictividad -frenada por el miedo en los momentos duros- sube cuando la recuperación parece consolidada. Felipe González lo sufrió con la huelga general de diciembre de 1988. Y si para evitar conflictos los salarios suben más que la productividad, volveremos a perder competitividad.

Más preocupante incluso que la subida del IPC (ha saltado en un año del -0,8% al 3%) es que los precios en España suben ahora con mayor rapidez que en la zona euro. El diferencial de inflación que era negativo (o sea, bueno para España) ha pasado a ser positivo y ha empeorado 1,6 puntos respecto a la media del año pasado.

Si la inflación se descontrola puede romperse el precario equilibrio social y podemos perder la competitividad recuperada. ¿Alarma? Todavía no porque la subida de la inflación se debe a la energía y a los alimentos frescos y no afecta todavía a la inflación subyacente que está en el 1,1%.

Pero los salarios se pelean con el IPC, no con la inflación subyacente. Sí, los expertos creen que el IPC bajará a partir de mayo, pero la repetición de febrero preocupa por si marca tendencia. Los economistas de Funcas prevén para este año una inflación del 2,4% que podría llegar -si el petróleo sube más- al 2,7%.

Todavía no debe sonar la alarma pero sí imperar la vigilancia porque España es más proclive a este trastorno que otros países.

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