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El residente balear

El residente balear es un sujeto digno de abuso. Eso es lo que piensan quienes promueven que esa extrañeza llamada "residente de Balears" también esté obligado a pagar la ecotasa. El residente balear molesta en su propia casa, siente que sobra. Habría que hacer algo con ese elemento incómodo. No es suficiente que los precios de las viviendas sean prohibitivos y que los impuestos municipales y autonómicos suban cada vez más. No. El paso siguiente es que el aturdido residente de este archipiélago también contribuya al pago de una nueva tasa. Una tasa, cuidado, ecológica. Diga usted ecología y se le abrirán las puertas. A cualquier expresión que se le ocurra, incorpórele el prefijo eco o la terminación ecológica de rigor y, como por ensalmo, su propuesta recibirá la bendición automática Nada como ser un turista en nuestra propia casa. El prefijo eco es el culpable, pues ante su mera presencia solemos agachar la cabeza, tanto es nuestro ancestral sentido de culpabilidad, nuestra mala conciencia de seres supuestamente privilegiados. Si usted, a cualquier impuesto que desee crear, le coloca el prefijo eco, tenga por seguro que la mayoría de la población accederá a su pago sin rechistar. El prefijo eco tiene la virtud de eliminar de un plumazo nuestro afán de investigación. Ante él, nuestro espíritu crítico queda neutralizado. Es cuestión de fe. No nos ocupamos en saber si esa tasa ecológica, en verdad, está destinada a asuntos que palien la contaminación o favorezcan un modo de vida menos polucionado o preserven el medio ambiente. Ya ven, otra frase hecha, otra expresión que anula el espíritu crítico y fiscalizador: preservación del medio ambiente. Así sea. Damos por hecho que nuestra contribución eco es modélica, sin preocuparnos mucho en qué y para qué se invierten esos dineros que, ahora también el residente balear, paga con benevolencia eco-religiosa.

Lo más inteligente es largarse de estas islas y jugar con ellas con un mando a distancia. Uno sospecha que los hoteleros desearían quedarse con las islas a condición de que los residentes emigraran o se los tragase la tierra. Tener el campo libre para maniobrar a su antojo, sin las molestias de los autóctonos que, vaya por dios, persisten en habitar una islas diseñadas para ser territorio exclusivamente turístico. Aseguran, con razón, que los residentes también contribuimos al deterioro de la gallina de los huevos de oro. Y es que vivir, amigos, tiene ese tipo de inconvenientes. Vivir deteriora y, sobre todo, desgasta. Y cansa. Cansa mucho. Por tanto, si el residente quiere seguir viviendo en un paraíso que se parece cada vez más a una estafa, deberá plegarse a las exigencias del guión y apoquinar su correspondiente cuota. Todo sea por unas Balears limpias y modélicas. La cuestión es recaudar, aunque sea en nombre de una recaudación noble, quiero decir ecológica. La tasa ecológica, por otra parte, contribuye a fomentar unas inmensas infraestructuras cuyo objetivo es ampliar el número de plazas turísticas. Por tanto, aquí estamos ante una contradicción paralizante. Un impuesto ecológico que sirve para recaudar un dinero que, a su vez, estará destinado a la construcción de grandes obras muy poco o nada ecológicas, pues el material utilizado para estos menesteres no se caracteriza por ser limpio.

Un archipiélago saturado de eco-contribuyentes dará como resultado una recaudación escandalosa para seguir destinando ese dinero a atraer más turistas que, a su vez, pagarán su correspondiente tasa para que la temporada siguiente batamos un récord que, a su vez, será batido por otra temporada nunca vista en cuanto a número de visitantes se refiere. Y sigan, ustedes, si desean, con esta lógica perversa y con vocación de pescadilla que se muerde la cola. Y, mientras tanto, el residente balear empieza a sospechar que le están tomando el pelo, que empieza a molestar en su propia casa y que, en definitiva, está pagando una tasa por el mero hecho de ser balear y de residir en alguna de esas cuatro islas, ejem, de ensueño. Como también pagamos los rescates de esos excursionistas descerebrados que se aventuran por territorios peligrosos y a ser posible de noche. De hecho, incómodos e inquietos, hace ya tiempo que nos estamos removiendo en nuestros asientos. Como si estuviéramos asistiendo a un espectáculo del que no estamos nada convencidos, pero del que nos han contado excelencias. Y, como fondo, resuena esa pregunta en el aire y de la cual no obtenemos una respuesta convincente: ¿en qué se invierte el dinero recaudado mediante el impuesto ecológico? ¿Sabemos a ciencia cierta a dónde va? Pero, como decíamos al principio, diga usted ecológico o a cualquier palabra incorpórele el prefijo eco y sus deseos serán órdenes. En definitiva, se trata de pagar por ser residente o, mejor dicho, reincidente balear.

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