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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Uno de los suyos

Nuestra sociedad es la sociedad del silencio. Nadie se atreve a decir nada porque una palabra a destiempo que afecte a un señor poderoso puede arruinar el futuro propio o el de los hijos

La detención el pasado martes de Bartomeu Cursach y sus dos hombres de confianza, Bartomeu Sbert y Antoni Bergas, bajo la acusación de corrupción de menores, narcotráfico, prevaricación, blanqueo de capitales, cohecho, delitos contra la hacienda pública y hasta siete delitos más, ha dado paso a registros en Megapark, la abadía del horror gótico en la Playa de Palma, Tito's y Pachá del Paseo Marítimo, BCM, en Magaluf y el centro deportivo del Megasport, del polígono de Can Valero. Los tres acusados quedaron arrestados a la espera de ser presentados ante el juez Penalva.

La ingenua pregunta que uno podría hacerse sería: "¿Cómo es posible que, extendiéndose entre la ciudadanía, desde hace muchos años, la especie de que las actividades reales de Cursach poco tenían que ver con las propias de un ciudadano honrado, haya tardado tanto la policía y la justicia en meter las narices en su supuesto entramado delictivo?". Cursach, que había empezado como recogepelotas en el Mallorca Tenis Club, era cualquier cosa menos un hombre fuera de foco. Llegó a ser el máximo accionista del RCD Mallorca. La respuesta no puede ser otra que la impunidad de la que gozaba el personaje. Permite como mínimo conjeturarlo la información publicada de su cercanía personal a Jaume Matas y al comodín de todas las combinaciones turbias, el inefable José María Rodríguez. Y como corolario, por supuesto, la corrupción de la policía local en Palma y Calvià, comandadas por hombres cercanos al PP y las fiestas gratis con putas de conocidos dirigentes del partido. De Jaume Matas ya sabemos que es un personaje tenebroso; de Rodríguez, que sólo se explica que siga siendo un muñidor de votos del PP de Palma, no por una especie de síndrome de Tanatos de la organización conservadora, sino porque defenestrarlo podría suponer la explosión de una bomba de informaciones letalmente comprometedoras; lo sabe todo del PP. La renuencia a la limpieza del PP excita poderosamente la imaginación en torno a la colusión de sus dirigentes con el imperio del mal. Mantener a Rodríguez supone alargar en el tiempo la imposibilidad por parte de muchos electores de ideología de derecha o centro-derecha de depositar su voto en las urnas a favor de este partido.

Ahora bien, atenerse a la verdad presupone afirmar que no todo empieza con Matas y Rodríguez. Son otros intereses los que confluyen con la política y pretenden domesticarla. Se establece un juego cooperativo en el que todos ganan: la política y estos intereses, empresariales por supuesto, que aspiran a una legislación favorable y a unos políticos sensibles a sus necesidades. Y para presumir lo que de verdad está pasando, quizá no sea necesario recurrir a ese diálogo desvelado también por la prensa, en que un enterado le dice a un ignaro de lo que de verdad sucede: "Para que te enteres, aquí pasa igual que en son Banya con La Paca, Tolo Cursach es La Paca de la noche". Antoni Bergas era miembro de la policía local de Palma y Tolo Sbert fue gerente de la Agrupación de Hoteleros de la Playa de Palma, a las órdenes de una pareja belicosa contra el ayuntamiento de Palma gobernado por el PSOE en los ochenta, la de Vidal y Xamena. Más tarde honrado este último por el ayuntamiento presidido por Aina Calvo con su nombre sustituyendo al de la calle Arenas de Bilbao. Sbert encabezó el poderoso movimiento hotelero para impedir que el socialista Joan Monserrat pudiera repetir como alcalde de Llucmajor. Lo consiguió. Fue premiado con la dirección general de Turismo del gobierno de Gabriel Cañellas. Lo relaté en una columna publicada el 17 de agosto de 2012: los perros de la noche amagan dentelladas. Los empresarios más duros y politizados del turismo pueden permitirse el lujo de ser condescendientes, incluso con los socialistas. Sus mercenarios no, éstos saben que para mantener su puesto en el escalafón deben ser implacables, que una debilidad les saca del mercado. La columna supuso un amago de acoso epistolar del tal Sbert que, tenaz, al no conseguir del periódico ni mi dirección ni mi correo electrónico, optó por dirigirme a su través un escrito (supongo que infecto y miserable, no me molesté en leerlo) que fue directo a la papelera.

La información de que Cursach accedió a la propiedad de terrenos en el entorno de son Espases, en una de las operaciones de compra-venta realizadas a partir de que Matas revelara a un grupo de empresarios amigos su intención de proyectar el nuevo hospital en aquella ubicación, confirma las sospechas sobre la trama de intereses espurios que rodearon el nuevo emplazamiento, la cantidad de complicidades que tuvieron que establecerse con los políticos de otras instituciones, como el Consell presidido por Munar y el ayuntamiento de Palma, donde figuraban Catalina Cirer y Javier Rodrigo de Santos. Seguramente aquélla fue la época más vergonzosa y corrupta de nuestra historia política reciente.

Las detenciones permiten reflexionar sobre las carencias de nuestro entramado social y político. Cursach no ha sido un outsider despreciado por las élites sociales, ha compartido protagonismo en el palco del RCD Mallorca con nuestras máximas autoridades, aunque ser un mandamás del fútbol ha sido el camino de proyección social de granujas de toda laya, especialmente del gremio de los constructores. El ejemplo más notorio fue sin duda el de Jesús Gil y Gil, que llegó presidir el Atlético de Madrid y el ayuntamiento de Marbella. Pero lo nuestro es mucho más tenebroso. Nuestra sociedad es la sociedad del silencio. Nadie se atreve a decir nada porque una palabra a destiempo que afecte a un señor poderoso puede arruinar el futuro propio o el de los hijos. Nunca se sabe. Lo decía Cañellas al tiempo que apagaba una vela que representaba a los socialistas y como justificación de algún nombramiento: "Aquí nos conocemos todos", como colofón de la sorna con la que ilustraba a Miguel de la Madrid: "En Mallorca somos un poco mafiosos". No sé si es verdad eso que tanto se ha repetido de que Cañellas era lo más parecido a un mallorquín y de ahí sus éxitos políticos, pero hay que reconocer, a toro pasado, que lo clavaba. Lo cierto es que han gozado de reconocimiento social desde contrabandistas (algunos han llegado hasta a ser honrados por la Cámara de Comercio), el presidente de la empresa (premiado por la Cámara) obligada a pagar una fianza de treinta millones de euros distraídos a la hacienda pública (en un fraude que algunos creen superior a los 100 millones, archivado por prescripción por el juez Eloy Velasco) en las subvenciones a los residentes, hasta un probo funcionario del ministerio de Obras Públicas, Antonio Garau, que pleiteó en reclamación de un soborno (elegido presidente del Círculo de Bellas Artes), pasando por tantos prohombres. El próximo congreso del PP se dilucida entre un hombre que se reclama de Cañellas, Biel Company, y otro que accedió a la presidencia del PP y del govern de la mano de José María Rodríguez, Bauzá. Lasciate ogni speranza.

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