Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los vecinos del distrito madrileño de Hortaleza que participaron en la encuesta urdida por su ayuntamiento han decidido que el parque del barrio, el mayor de la capital después del de la Casa de Campo, cambie su nombre. Dejará de llevar el de Felipe VI para quedarse con el de Parque Forestal de Valdebebas, como antes. Lo que sorprende no es el episodio que indica, una vez más, la alergia que parecemos tener los ciudadanos del reino hacia nuestros símbolos, desde el Jefe del Estado a la bandera. Eso sería asunto suficiente para una columna entera, e incluso para una enciclopedia, pero no viene al caso ahora. Hablábamos de nombres. Cambiar los que han recibido desde que se guarda memoria las ciudades, los ríos, las montañas, las calles y, como es el caso de ahora, los parques, carece de sentido. Las cosas se conocen con el nombre que les dan las gentes y en Madrid, por seguir en la misma localidad, la Castellana jamás fue aceptada como Avenida del Generalísimo, ni la Gran Vía como José Antonio. Incluso lejos ya de las referencias a la dictadura o la guerra civil, a la calle de Ortega y Gasset „nombre que no tiene ninguna resonancia franquista„ muchos madrileños, en especial de mi edad, la llaman aún Lista. Cuando el alcalde Ramón Aguiló le dio a mi padre una calle lamenté que le cambiaran el nombre a la del Bosque, que merecía haberlo conservado. No; bautizar de nuevo es mala decisión.

Pero lo en verdad peculiar de este asunto es que el equipo municipal de gobierno de la capital de España crea que es una panacea democrática someter a votación cosas así. La campaña para decidir lo que hay que hacer en la Plaza de España de Madrid „menos mal que no se ha preguntado sobre su nombre„ es otro ejemplo estupendo de lo que se logra al mezclar la gilipollez con el dispendio. Así, en Hortaleza se han dignado votar acerca del parque el 2% de los vecinos, el 0,1% de todos los de Madrid. Parece que está claro que a la inmensa mayoría no le ha compensado siquiera el dar su opinión. Pero los cocineros de la encuesta casi inexistente califican el resultado de "éxito rotundo". Igual es cosa de votar también que se cambie el diccionario.

Hay países con cultura de referéndum, como Suiza, y otros a los que a la ciudadanía se le da una higa el votar asuntos triviales. Pero buena parte de la clase dirigente que pasa por ser revolucionaria basa sus principales iniciativas en olvidarse de lo que es la administración, en particular la local, y montar a cada poco consultas inútiles a las que no acude casi nadie. Las vías corrientes de representación, las que componen la cadena de legitimidad del Estado de Derecho tal y como lo inventaron los británicos, se sustituyen por la algarada en la calle y los referendos del todo prescindibles. Pero las decisiones cruciales como, por ejemplo, las que afectan al Impuesto de Bienes Inmuebles, al canon de las basuras o a las plusvalías municipales, no se someten a votación ni así venga Jehová exigiendo democracia.

Compartir el artículo

stats