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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Destruir el lenguaje

El designio secreto de todo político es disponer de un lenguaje hecho a su medida que le sirva para convertir las mentiras en verdades, eso que Donald Trump llama "las verdades alternativas"

Al poder -cualquier poder- le interesa destruir el lenguaje para someterlo a sus intereses. Y eso afecta tanto al poder político como económico. Si no entendemos ni una palabra de los documentos que firmamos cuando pedimos una hipoteca, o si los financieros usan un lenguaje ininteligible cuando hablan de economía, es porque en el fondo sólo pretenden engañarnos e imponernos sus condiciones. Y lo mismo pasa con los políticos de todo signo, tanto a la derecha como a la izquierda, tanto independentistas como centralistas. Cuando usan las palabras, siempre lo hacen pensando en la mejor forma de engañarnos para hacernos creer lo que no es.

El designio secreto de todo político es disponer de un lenguaje hecho a su medida que le sirva para ocultar sus intenciones y convertir las mentiras en verdades, eso que Donald Trump llama "las verdades alternativas". Y ese designio exige destrozar la gramática y transformar por completo el léxico para que ya no signifique lo que creíamos que significaba. Y eso, insisto, afecta tanto a la derecha como a la izquierda, y lo mismo pueden hacerlo Rajoy o los líderes de Podemos. Hace medio año, por ejemplo, Íñigo Errejón escribió un tuit que celebraba el ochenta aniversario del inicio de la Guerra Civil: "Esta noche hace ochenta años, las mejores de nuestras abuelas y abuelos comenzaban a salir en alpargatas a luchar por los humildes y la libertad". He aquí una muestra apabullante de falacia retórica y de pésima gramática puesta al servicio de unas ideas por completo engañosas. "Humildes, alpargatas, libertad, las mejores de nuestras abuelas y abuelos". He aquí la ideología de género puesta al servicio de unos hechos que ocurrieron cuando prácticamente nadie tenía ni idea de la ideología de género. Y he aquí la épica cursi de las alpargatas y la libertad que establece un nexo lógico entre una cosa y la otra, insinuando que si alguien defendía la República con unos buenos zapatos no podía estar actuando de buena fe. Todo es muy bonito, sí, pero todo es engañoso. En 1936, el 90% de los revolucionarios de izquierda, casi todos anarquistas y comunistas, no luchaban por la libertad -que les importaba un pimiento-, sino por la revolución social, la reforma agraria, la supresión de la propiedad privada, todo eso. La libertad, como decía Lenin, podía esperar.

Un escritor ruso de la primera mitad del siglo XX, Andréi Platónov, se propuso mostrar en sus novelas cómo el lenguaje de la burocracia soviética se había convertido en una maquinaria de fabricar mentiras a base de palabras inventadas y acrónimos y contorsiones sintácticas. Esas novelas se llaman Chevengur y La excavación y son dos de las más grandes novelas del siglo XX, aunque casi nadie sepa nada de ellas porque fueron prohibidas por la censura soviética y no se conocieron hasta muchos años después de la muerte de Platónov. Durante años circuló por Rusia la idea de que Platónov había caído en desgracia ante Stalin y había acabado de barrendero en la sede de la Unión de Escritores Soviéticos. No era verdad, pero lo que ocurrió fue mucho peor: Platónov murió a los 52 años, alcoholizado y aterrorizado por la suerte de su hijo de quince años -¡quince años!-, que había sido enviado al Gulag por "espía y terrorista". En los años del terror de Stalin, Platónov sólo publicaba libros de folclore y ni siquiera se atrevía a escribir un diario por miedo a las consecuencias. De esos años siniestros y de lo que ocurrió en aquella época, muy poca gente sabe nada en España. O más bien prefiere no saber.

Por eso somos tan condescendientes con quienes pretenden destrozar el lenguaje y amañar el sentido de las palabras, una operación que nunca es inocente porque siempre oculta un propósito manipulador y una gran mentira. Hace meses, en el pregón de las fiestas de Gràcia, en Barcelona, una vecina del barrio anunció a los cuatro vientos: "Els manters també som refugiades". Esta frase destruye las concordancias de género gramatical y crea un nuevo "constructo" lingüístico que se pone al servicio de un nuevo proyecto de ingeniería social. Me pregunto qué diría Mercè Rodoreda -que era de Gràcia y escribió páginas memorables sobre Gràcia- si pudiera oír esa frase que destroza la lengua que ella tanto amó y que con tantos esfuerzos intentó mantener viva cuando todo se confabulaba en su contra. ¿Y qué diría Rodoreda de las barbaridades sintácticas y conceptuales? ¿Y de la destrucción deliberada de la belleza acumulada por miles de años de uso inteligente de una lengua? Mejor no saberlo.

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