Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

Qué cosas pasan...

Hace pocos años, existía una asociación -un club secreto que trabajaba en la noche clandestina de internet- destinada a destapar las imposturas universitarias. O sea, a los falsos titulados. Esta asociación hizo su agosto entre miembros la clase política o de la vida pública, descubriendo a mentirosos y falsarios aquí y allá. No a todos, desde luego, pero sí a bastantes y de paso poniendo la espada de Damocles sobre los que vivían -y viven aún- disimulando su engaño. Complejo de "titulitis" se le llamaba a eso años atrás, no sé cómo se le llama ahora, o ni siquiera si se le llama de alguna manera. Recuerdo, por ejemplo, el caso de una consellera del primer gobierno de Artur Mas como síntoma de otras falsedades que vinieron después y ahora se juzgan. Pero también el de un ministro alemán y uno italiano, no estoy muy seguro, y si no recuerdo otros, que los hubo, es porque no presté atención o si la presté acabé olvidándolo. Pero hubo bastantes.

Internet es lo que tiene. Llega donde otros no y lo hace a veces desde la mentira y otras desde la verdad. Y de la misma forma arriba a la mentira o a la verdad y las trata por igual, según sea la voluntad del que lo usa. Con los títulos imaginarios surgieron también los cazadores de plagiarios. Como antes los de cabelleras o los de recompensas. La figura del plagio está bien tipificada en nuestra sociedad y si no se denuncia más es por simple pereza, porque abundar, abunda. Se ha visto en pasados meses con el rector de una universidad española -que ha permanecido agarrado al cargo, como si no fuera con él-, como se vio antes, también, con algunos políticos europeos; como se vería -si se quisiera, que no se quiere- con otros que detentan cargos en academias varias y probablemente en gobiernos y consejos de administración.

La combinación de vaguería y fatuidad es muy abundante. Sorprendería si se supiera la cantidad de tesis doctorales, trabajos de campo y libros publicados cuya autoría no es la que luce en la portada. Sorprenderían más aún los nombres de los falsarios y algunos de los amanuenses voluntarios (previo pago dinerario o vanidad secreta). De los involuntarios -es decir de los sometidos a latrocinio- lo que más sorprendería sería el número, enorme, y su permanencia en el limbo. Puedes ser copiado decenas de veces y no saberlo, no es tu pecado. Sólo si alguien te avisa conoces el saqueo al que has sido sometido. Pero tanto el poder como el corporativismo -la peor concepción del mismo, es probable que la única que ya existe- protegen al impostor y el impostor lo sabe. Incluso el publicar su plagio en un medio más potente que el original plagiado también protege. Los periódicos llamados de provincias son, por ejemplo, ricos en ideas y un abrevadero para algunos. Por tanto dejemos las cosas como están y a cada uno con sus pecados. Las penas están relatadas en la Divina comedia, todas lo están, y si da pereza leerla -los plagiarios leen menos de lo que dicen- que recuerden el romance del rey Rodrigo, cuando las sierpes le muerden el sexo: "Ya me come, ya me come/ por do más pecado había". Como no soy especialista, no sé por dónde deberían morder las serpientes al plagiario, pero seguro que, más pronto o más tarde, le muerden por algún sitio.

El caso del rector plagiario y su dontancredismo -de aquí no me muevo y ya escampará- estaba dando ya para un relato y quizá para una novela breve. En Gran Bretaña hay gran tradición de novelas universitarias, donde sus protagonistas se asesinan incluso con cierta facilidad. Aquí no hemos pasado del crimen simbólico -que los ha habido y hay, y no pocos- porque como dice el historiador Stanley G. Payne, "tenemos mucho aguante". Pero la novela del argentino Guillermo Martínez -Crímenes imperceptibles- pertenece a ese género y tuvo un gran éxito en España con el título Los crímenes de Oxford. Incluso se llevó al cine -lo hizo Álex de la Iglesia, creo- y en ella aparece la bella -y estupenda voz de Marlango, esta semana en Palma- Leonor Watling, mujer de la que anduve enamoriscado -ella sin enterarse- hasta que llegó Drexler y casáronse y hubo que practicar el triste arte de la retirada (sin enterarse ella tampoco, claro). Bien, no olvidemos al rector de cemento armado, que acaba de ser sustituido en las elecciones celebradas hace una semana por el que dicen que es su delfín. Si fuera cierto está claro que quien peor ataba las cosas era Franco.

Su pecado original -el plagio y vaya usted a saber si no era en él una práctica nueva, no se falta en nada una sola vez- y su pecado posterior -el inmovilismo hasta que se celebrasen elecciones- ha causado males aquí y allá y no sólo a lo que debería de ser la ejemplaridad institucional, tan dañada en tantos sitios. En su universidad -y seguiré mallorquineando y no diré el nombre, que más da si no sólo ha ocurrido allí- hasta bofetadas ha habido entre profesores, como aquí las hubo no hace mucho entre miembros del clero. Allí fue en los pasillos de la facultad y aquí en la calle, más castizo. Creo que en ambos casos sólo pegó uno. De nuestra clero nada diré. De aquella facultad, me dijeron que quien pegó fue el más malo. Mientras tanto, los alumnos de esa universidad no entienden que ellos no puedan copiar -angelitos- y quien les había de firmar el título para funcionar bien o mal por la vida lo haya hecho con total impunidad. No deja de ser una lección de lo que tantas veces viene después, con título o sin título, pues para ser un farsante tanto da una cosa como otra.

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