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El primero de cada mes: sentencia ejemplar

La caricia que la Audiencia de Palma ha practicado sobre el lomo de Urdangarin es propia del vasallo. Iñaki, por favor, no te olvides de pasarte el primero de cada mes para certificar que estás ahí, que existes, aunque sea en Suiza. No te pedimos mucho, tan sólo que tengas la delicadeza de presentarte para decir "aquí estoy, amigos." El castigo infligido al ex jugador de balonmano es, sin duda, ejemplar. Una bofetada es poco para nuestros rostros estupefactos. Y eso que creíamos que el fiscal Horrach era demasiado suave con su petición de cárcel eludible si caía antes una fianza de 200.000 euros. La sentencia de la Audiencia de Palma es más propia de una monarquía bananera. Y si a esta broma pesada añadimos la persecución, presiones e intimidación del que han sido objeto algunos fiscales sospechosos de vigilar la corrupción, entonces el asunto huele todavía peor. En efecto, hay días en los que uno se avergüenza de pertenecer a este país. Y en esta vergüenza, incluyo a Cataluña, no vaya a ser que alguno retuerza la frase y se aproveche.

Sí, hoy me siento español o, lo que es lo mismo, un portugués frustrado. Y esta aseveración no la escribo desde una especial calentura. Portugal es un pequeño país que nos aventaja en muchos aspectos: el maltrato animal es duramente penado por la ley y es un ejemplo en Europa en temas relacionados con el uso y potenciación de las energías renovables. Mientras aquí, aún arrojamos cabras desde los campanarios y cobramos la luz solar. Hoy, incluso, pediría libertad para el rapero Valtonyc. Me siento lejos del rapero en cuestión. Sin embargo, un país que se dice maduro debe poder soportar tales niveles de crítica corrosiva. Un país que encarcela a un cantante y deja libre a un ladrón de altos vuelos no puede ser más que un país inseguro, balbuceante, que se ceba con artistas insignificantes y se arrodilla, del modo más servil, con quien es pariente de la casa real, por mucho arraigo helvético que acredite el personaje. Más aún, lo de Rato y Blesa, con el tiempo, acabará en casi nada.

La Justicia no es aún independiente, y el fiscal del Estado sigue siendo afín o incluso perteneciente al partido político que gobierna. En suma, muy sucio todo. De hecho, hace años que la Comisión Europea, con el dedo admonitorio de los ancianos bonachones, nos lee la cartilla y nos recuerda que nuestra independencia judicial -algo que tendría que ser de cajón- es muy deficiente. Nuestro sectarismo en la justicia no les ha pasado desapercibido. España oscila entre el cortijo y la mafia levantina, entre la finca del señorito y la piratería mediterránea. Ahora sólo se trata de agitar con maestría el mejunje y ya tenemos el cóctel que ahora mismo nos estamos bebiendo con la nariz tapada y echando pestes. Por supuesto, tampoco se trata de practicar un justicierismo primitivo movido por el resentimiento. Ya saben, decapitar al rey y a sus adheridos. Siempre hay que repetirse la ya famosa sentencia, que afirma: preferir un culpable libre antes que un inocente encarcelado. Y eso que la libertad de ciertos culpables nos hace hervir la sangre. De acuerdo, un violador o un asesino en serie sueltos no son equivalentes a un Urdangarin yendo en bicicleta por las calles de Ginebra. Ahora bien, la sentencia, la caricia casi babosa que la Audiencia de Palma ha practicado sobre la espalda retadora y desafiante de Iñaki Urdangarin no deja de ser un gesto que retrata a los vasallos. Que nos retrata como un país de medio pelo, pero que grita mucho. Cuando la Justicia, en estos casos y similares, pierde la lógica de su nombre y se convierte en un abrir y cerrar de ojos en un pasteleo, en un insulto en toda regla y, sobre todo, en la evidencia de que los jueces no actúan desde la objetividad, sino mediante la fe y las veneraciones, la rendición y la pleitesía más propias de lacayos que de sujetos autónomos.

Todo esto huele todavía a rancia servidumbre, a triquiñuelas, a influencias, a intimidaciones. Nadie quiere sangre ni castigos que se ceben con la víctima. Lo que se pretende es que a quienes imparten justicia no se les vea la pezuña y no actúen movidos por su servilismo o fascinación de súbditos. Urdangarin entra en la Audiencia igual de estirado, con un punto de altivez que no pierde tampoco cuando horas después sale y, antes de introducirse en el vehículo, aún tiene tiempo de barrer con la mirada al pueblo que lo ha ido a imprecar. Al marido de la infanta absuelta por no saber nada de nada, le suponemos con ganas de volver cuanto antes a Ginebra. Necesita estar preparado y con la entereza que se requiere en estos casos: esperar el primero de mes para fichar y a otra cosa, mariposa. Sin duda, un castigo ejemplar. Hay, con perdón, que joderse.

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