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Paja en el ojo ajeno

Resulta ahora que Donald Trump tiene problemas mentales. Un grupo de 35 psiquiatras...

Resulta ahora que Donald Trump tiene problemas mentales. Un grupo de 35 psiquiatras ha alertado hace poco de que el mandatario estadounidense sufre una 'grave inestabilidad emocional' que le hace 'incapaz de servir con seguridad como presidente'. Y ustedes se preguntarán: si es tan peligroso, ¿por qué no dijeron nada antes de que garana las elecciones de un país democrático? Pues por un silencio autoimpuesto sobre la evaluación de figuras públicas: la Regla de Goldwater de 1973 de la Asociación Psiquiátrica Americana. Una norma que rompen ahora que las urnas no han podido con él. Ante el aplauso de casi todos -hay que reconocer que tiene mérito caer mal incluso a muchos republicanos-. También, por supuesto, de los que desde el otro lado del charco nos empeñamos en dar lecciones de democracia y señalar los clamorosos fallos que cometen los norteamericanos a la vez que aplaudimos que a otros líderes les susurren los pajaritos. O tengan familiares demasiado aficionados a morir asesinados. Muy normal todo.

Si les apetece, les invito a que lean la carta de Allen Frances, el director de la 'Biblia de la Psiquiatría' y que fue precisamente quien describió el trastorno narcisista que se pone encima de la mesa a propósito de Trump. En ella, Frances asegura que no lo padece y que 'el hecho de que sea un narcisista de categoría mundial no lo transforma en enfermo mental'. A la vez que rechaza el 'diagnóstico a distancia' de sus colegas por poco profesional y vejatorio para los verdaderamente enfermos. Unos argumentos mucho menos populares en un país como el nuestro, que opina en Twitter en 140 caracteres sobre sentencias de casi 750 páginas. Por supuesto, sin leerlas y con dudosos conocimientos sobre el derecho penal. Frances cree que 'el antídoto contra una distópica edad oscura Trumpista será político, no psicológico'. Pero la política es un escaparate perfecto para que incluso los psiquiatras tengan su minuto de gloria. Sobre todo si aprovechan el momento adecuado.

Es -cuanto menos- irónico que seamos tan avispados para advertir la egolatría ajena -Narciso se enamoró de su propia imagen reflejada en el agua hasta que cayó a ella y murió- cuando toleramos la propia con tanta ligereza. Nos preguntamos cómo es posible que el electorado estadounidense le votara sin caer en la cuenta de que al menos no tiene al partido del gobierno imputado por financiación ilegal. Vivimos en la sociedad de los 'youtubers' capaces de insultar a los repartidores llamándoles 'caraanchoa' o diestros en ofrecer galletas rellenas de dentrífico a los sin techo porque así 'a la vez que se alimentan se lavan los dientes'. Afortunadamente, el primero sí que se llevó una galleta y el segundo ha sido imputado. Más recientemente, hemos sido testigos de lo que ahora parece un montaje en que otro 'youtuber' rociaba con gas pimienta a un pizzero que le llevaba las pizzas a domicilio. Todo con una gracia inenarrable.

Podríamos argüir, en nuestra defensa como sociedad, que se trata de unos pocos 'frikis' carentes de escrúpulos: una minoría que no representa a nadie. ¿Es realmente así? Entonces, ¿por qué lo hacen? Incuestionablemente, porque estas cosas tienen su público. Semejantes mamarracheces les dejan un reguero de visitas en sus canales y hasta puede que un buen pellizco de dinero. Les permitimos satisfacer su ego premiando una falta total de empatía que les lleva a la crueldad con sus semejantes. Todos utilizamos nuestras redes sociales como un escaparate en que exhibirnos. Tal como la fuente que permitía a Narciso observar su propia imagen y adorarla: sólo que asimismo esperamos que lo hagan también los demás. ¿En qué clase de personas nos hemos convertido cuando lo que vende entre los jóvenes es grabar como se humilla a un mendigo o molestar a quien está trabajando?

Pero, oigan, a nosotros nos preocupa Trump. Y está bien que lo haga. Inventarse incidentes de seguridad en Suecia no es lo más propio del presidente de una de las mayores potencias mundiales. Pero aquí nos haríamos un favor si revisáramos la educación que les estamos dando a las próximas generaciones. La buena noticia son los lloriqueos del 'caraanchoa' antes de haberse visto obligado a cerrar su canal o el paso por los juzgados de quien repartía oreos con colgate. Tal vez estos episodios les enseñen que hacerse adulto implica asumir responsabilidades por sus actos. Parece que no todo está perdido: también se ha hecho viral un vídeo en que una niña pequeña come con su padre en un restaurante y ve a un hombre sin hogar sentado en un banco a través de la cristalera del restaurante. La pequeña le pregunta a su padre si puede darle su comida y así lo hace, ante la mirada orgullosa del progenitor. Tal vez si consiguiéramos que la mayoría de nuestros jóvenes fueran así no tendríamos que preocuparnos por qué presidentes elegirán en el futuro.

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