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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

A Paco, que está con Asimov

Hay una forma científica de afrontar la vida, aunque la mayoría de investigadores...

Hay una forma científica de afrontar la vida, aunque la mayoría de investigadores prefieran ignorarla. Esta aproximación combina el candor, la intensidad y la ironía para despedazar supercherías. Francisco José García Palmer atesoraba estas cualidades en proporciones mayúsculas. Ha muerto a los 58 años como catedrático de Bioquímica de la Universitat, y Paco sabe perfectamente por qué en presencia de ambos no proferiré la palabra Biología. Convivimos juntos durante una docena de años. Primero en la promoción de 1975 del Instituto Ramon Llull, adonde llegó aquel niño raro que había memorizado las trilogías de la Fundación de Asimov y las genealogías de superhéroes. Más tarde, durante la licenciatura de Químicas de 1980 en la UIB.

El expediente académico de Paco brilla por sí solo, pero apenas si apunta su compromiso contra las ficciones en que nos embarcamos los humanos y contra el mínimo desliz en un razonamiento. He visto a catedráticos de Universidad comenzar a balbucear, en cuanto Paco levantaba inopinadamente la mano. Los temblores se acompañaban de copiosos sudores cuando formulaba su pregunta, que desmontaba la última media hora de clase. Combinaba esa ferocidad sonriente con las calidades de rapero gregoriano, siempre dispuesto a actuar como un ghostbuster contra los delirios irracionales.

Paco era un elefante en un laboratorio. agarraba el tubo de ensayo contra el pecho como un oficiante el cáliz. Su mente fulgurante estaba diseñada para la ciencia, la cátedra se le queda corta como reconocimiento. Leyendo este fin de semana uno de los textos más estólidos y desmesurados que me han tocado en suerte, pensaba de nuevo en Paco despedazando a quienes se empeñaban en no respetar la consistencia racional que culmina la condición humana. Incluso físicamente guardaba analogías con Asimov, junto a quien debate hoy entre galaxias, y don Isaac no lo tendrá fácil. Por aquí seguiremos premiando a peloteros y congraciándonos con urdangarines, los síntomas de una sociedad acientífica.

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