Diario de Mallorca

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Cuando la fontanería falla, la peste invade la casa. No es que antes faltasen los desperdicios, las basuras, las aguas sucias; por supuesto que todo ese cúmulo de ascos estaba allí pero gracias a los fontaneros aquello que molesta, e incluso, asquea, quedq fuera de la vista para no herir el olfato de los ciudadanos normales, esos que van a las urnas, pagan sus impuestos aunque sea a regañadientes y creen vivir en un mundo en el que lo habitual es que huela bien.

Cabe precisar que el párrafo anterior no se refiere tanto a la fontanería doméstica como a las cloacas del Estado, a ese submundo en el que las leyes y las garantías constitucionales se manejan con una liberalidad espeluznante. Los fontaneros son, en cualquier gobierno, la garantía de que quienes se encuentran en lo más alto de los poderes públicos pueden irse a la cama todos los días convencidos de que han mantenido el Estado de Derecho en pie durante una jornada más.

Hasta ahora, la división entre el mundo abierto y sometido a las leyes públicas y el submundo en el que no existe garantía alguna de que sea así era diáfana. Para mantener la ley y el orden allá arriba los fontaneros se mostraban capaces de resolver casi cualquier amenaza en el sótano y lo hacían de manera discreta, sin dar tres cuartos al pregonero. Pero al decir eso estamos hablando de lo que sucedía en el siglo XX; metidos en el XXI, las cosas cambian. Los fontaneros han perdido su función de ocultar lo inmundo porque ya no nos agarramos al eufemismo que separa el mundo visible del submundo oculto. La nueva forma de hacer guerra que se inauguró el 11-S con el terror fundamentalista como mejor arma hizo desaparecer la necesidad del disimulo y desde entonces pasamos a dar por comunes prisiones como la de Guantánamo o películas como Zero Dark Thirty. Se trata de respuestas que no ocultan ningún proceder bárbaro porque se entiende de manera pública que éste es necesario aunque huela fatal. Con el añadido de que la red de redes, Internet, proporciona la cobertura del anonimato a quien quiera contribuir a que la peste circule. Leer los comentarios que las ediciones digitales de los diarios albergan sirve para comprobar que el oficio de fontanero se ha sustituido por el de voceras. Cuando más se grita, cuanto peor huele, más contentos estamos.

Los intentos de dar marcha atrás del presidente Obama, poniendo fecha de cierre a las celdas de Guantánamo, contrastan del todo con el apoyo de su sucesor a la tortura por ahogamiento fingido, el llamado waterboarding. De pronto parece como si los fontaneros no fuesen necesarios porque nos hemos acostumbrado a vivir con la peste a nuestro alcance. ¿Es este mundo menos dado a melindres y disimulos mejor que el de antes? Cualquiera sabe. Pero se me antoja que era más fácil vivir cuando la mierda circulaba por las cloacas.

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