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JOrge Dezcallar

Las víctimas de siempre (IV)

Este análisis de las víctimas del nuevo mundo que se está alumbrando no estaría completo sin una referencia a quienes en su carne sufren los dolores de este alumbramiento, como son: Las víctimas de las guerras de Siria, Irak, Yemen, Libia, Afganistán, Sudán del Sur, entre sunnitas y chiítas y contra el Estado Islámico. O en otros conflictos más o menos latentes pero que pueden agravarse en cualquier momento en Ucrania, Cachemira, Birmania, entre palestinos e israelíes, entre Turquía y los kurdos, con Corea del Norte, en la región de los Grandes Lagos o en el Mar del Sur de China. Además de las guerras, hay mucho sufrimiento causado por el narcotráfico en México (que es una guerra sucia) y otros países de Centroamérica, y por el islamismo radical de Al Qaeda y el Estado Islámico que desde sus bases en Mesopotamia se extiende por el Sahel, el Cuerno de África y el sudeste asiático.

Mia Couto, escritor mozambiqueño, dice que en la paz los pobres mueren antes y en la guerra los matan primero. Y añade que las mujeres en la guerra son violadas por hombres a los que no conocen. Es terrible pero verdad. Los más débiles son quiénes más sufren. Hay 65 millones de personas forzadas a abandonar sus hogares en circunstancias dramáticas (refugiados y desplazados internos), lo que significa 5 millones más que hace un año. No podemos estar orgullosos del mundo que estamos dejando a nuestros hijos. Según ACNUR, una de cada 133 personas es solicitante de asilo, desplazado interno o refugiado y tres países (Siria, Afganistán y Somalia) comparten el dudoso honor de ser el origen de la mitad del total de refugiados que hay en el mundo. Nuestro Mediterráneo lo cruzaron 58.000 solicitantes de refugio en 2008 y algo más de un millón en 2015, mientras que solo el pasado año se ahogaron 3700 personas al intentarlo. La última oleada de inmigrantes surge de Libia, otro estado fallido, aunque en este caso tienen carácter económico en su mayoría. Es un drama terrible.

Las víctimas del terrorismo: si las guerras causan cada vez más víctimas civiles (les llaman "colaterales"), el terrorismo mata siempre a civiles indefensos porque su objetivo es provocar terror, como su propio nombre indica. Todas las semanas hay decenas de muertos en Mesopotamia, que apenas merecen unas líneas en la prensa. Y si los atentados tienen lugar en Mogadiscio o en Jartúm, ni siquiera son mencionados. Otra cosa ocurre en Europa, que últimamente es objetivo preferido de ataques terroristas que causan mucho dolor y ponen en solfa a unos servicios de Inteligencia y de seguridad que evitan muchos atentados pero que quedan al descubierto cuando alguno tiene éxito. Los terroristas lo tienen todo a su favor: eligen el objetivo, el momento, la forma... y quienes les combaten necesitan adaptar constantemente sus medios, mejorar su coordinación interna y la cooperación internacional en una carrera contra reloj del ratón y el gato. Por si fuera poco, ahora se añade el ciberterrorismo que puede dañar el funcionamiento de infraestructuras físicas como agua y electricidad, o interferir en el funcionamiento de la Bolsa, la banca, las redes militares o los resultados electorales desde la impunidad que dan la opacidad y la lejanía. Combatirlo es muy costoso y muy complicado y más aún cuando hay que hacerlo dentro de la ley y sin violar los derechos individuales que tanto nos ha costado conseguir.

Las víctimas del hambre y de las desigualdades: 800 millones de personas pasan hambre en el mundo, según la FAO. Y a pesar de ello, mejoramos. Nunca en la historia de la humanidad hemos sido en términos generales tan longevos o hemos tenido acceso a mejor educación o a mejores cuidados médicos que hoy. De esto no cabe duda alguna. Luis XIV, con todo su poder, las pasaba moradas con una fístula que no lograban curarle. Pero esa mejoría general se ve contrarrestada por la conciencia de la desigualdad entre países ricos y países pobres y por la existencia de bolsas de pobreza dentro de los países ricos. La globalización ha disminuido las diferencias entre países (en 1960, EE UU, Europa y Japón concentraban el 70% del PIB mundial y hoy no llegan al 50%) pero ha destruido trabajo y ha creado en algunos lugares bolsas de desempleo que las democracias liberales no han sabido combatir con eficacia. Por eso llegan los populismos, Brexit y Trump a caballo de nacionalismos, proteccionismos y "soluciones" simplonas a problemas muy complejos que no se solucionan levantando muros.

Las víctimas de Alepo: no puedo dejar de mencionar como víctima a la última localidad que ha entrado a formar parte de la trágica lista de ciudades martirizadas por las guerras y la vesania humana. Innumerables a lo largo de la historia (lo fueron Bagdad tras la invasión mongola o Sagunto tras la de los cartagineses), las más recientes son Guernica, Nagasaki, Hiroshima, Dresden, Londres... En todas ellas los civiles indefensos se llevaron la peor parte, como ocurre ahora en Mosul, donde se les utiliza como escudos humanos. La incapacidad de la comunidad internacional para poner fin a la masacre ha sido patética. Y no por impotencia sino por intereses contrapuestos.

Uno quiere pensar que la humanidad progresa pero estos casos demuestran que ese progreso no es lineal ni constante. El mundo está cambiando muy deprisa y eso producirá incertidumbre e inseguridad hasta que un nuevo orden geopolítico se afirme. A corto plazo me temo que pintan bastos.

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