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Antonio Papell

La España estable

Se acentúa la división de la izquierda, y la derecha acentúa su afán de estabilidad, tras la una larga crisis económica que ha producido estragos en el debate político, ha relativizado el valor de las instituciones-incapaces de resolver los problemas de fondo- y ha generado una pátina de irritación e incredulidad que alcanza a amplias capas de población.

Tras Vistalegre II, y salvo sorpresas o cambios radicales, la victoria del ala dura de Podemos sobre la más pragmática y posibilista de Errejón confina a este partido en la extrema izquierda e impide el pacto con el centro-izquierda socialista. Por una parte, es sociológicamente impensable que este Podemos consiga ser hegemónico, aunque Iglesias puede aspirar a mantener el apoyo que ya tiene, superior al que logró Anguita en sus mejores tiempos. Por otro lado, parece difícil que el PSOE pueda conseguir una mayoría suficiente para gobernar mientras Podemos retenga una parte importante de su clientela potencial. De donde se desprende la principal conclusión de Vistalegre II: que el centro-derecha tiene el camino expedito para mantenerse.

En principio, el PP, estabilizado por encima del 30% de los votos, necesita al PSOE para gobernar (además de a Ciudadanos, claro), y así lo entiende la gestora socialista, que está intentando manifiestamente que el nuevo secretario general sea un moderado, partidario del modelo de la "gran coalición" a la alemana. Si no fuera así y el líder socialista elegido en primarias se negara a tales alianzas (hay ya experiencia de ello), lo probable que en sucesivas elecciones la formación conservadora terminara logrando la mayoría necesaria para formar gobierno, por razones cívicas de pura supervivencia (las mismas que provocaron una subida del PP entre el 20D y el 26J).

En otras palabras, el proceso lógico es hoy por hoy de color conservador? Y el Partido Popular acaba de poner de manifiesto en su Congreso que su valor predominante es la estabilidad: no ha habido cambios ni de personas -tan sólo un ascenso del tercer nivel al segundo- ni aportaciones de ideas, ni proyectos nuevos, y todos los asuntos polémicos que esperan respuesta en un sentido o en otro -la maternidad subrogada- se han aplazado sine día para evitar cualquier atisbo de conflictividad. Rajoy alardea de previsibilidad, término que en su boca sugiere sobre todo estaticidad.

Sin embargo, algunos (no sé cuantos: quizá muchos) pensamos que determinados problemas de nuestro país requieren un salto hacia delante, una mutación -todo lo controlada que se quiera-, una mudanza, una actualización. La cuestión catalana, por ejemplo, no se resolverá reformando la ley orgánica de Financiación de las Comunidades Autónomas por la vía ya reglamentada. La solución del descomunal disenso requiere que se adopten decisiones cargadas de simbolismo, medidas categóricas que indiquen sensibilidad y coraje en quien las adopte. La célebre disposición adicional a la carta magna que propone Herrero de Miñón, la concesión a Cataluña de todas las competencias educativas y culturales, etc., serían medidas que no desvirtúan la naturaleza del régimen y sí ayudan en cambio a mitigar radicalidades soberanistas y, sobre todo, a que pierdan la razón los independentistas a los ojos de sus conciudadanos. El proverbial victimismo nacionalista se vuelve verosímil cuando el poder central se encastilla con cerrada intransigencia, se niega a cualquier evolución o movimiento.

Rajoy y sus equipos deberían en fin complementar el culto a la estabilidad con un verdadero proyecto de futuro, midiendo riesgos y controlando con cuidado el proceso. Todo envejece por el paso obvio del tiempo, y también la política, las normas y las reglas; las creencias evolucionan, los usos y costumbres se acomodan al cambio social. Por ello hay que dedicar un esfuerzo creativo a la innovación, y si uno es incapaz de anticiparse, al menos debe seguir el paso de los que se adelantan. De otro modo, la obsolescencia es el ingrediente esencial del hastío y de la decadencia moral.

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