Diario de Mallorca

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Perdonen el anglicismo del título pero hará falta, ya veremos por qué. Si Donald Trump ganó las elecciones en los Estados Unidos se debió, en buena parte, a los errores de sus contrincantes. Error de colegial de la campaña electoral de Hillary Clinton, dando por segura su victoria y desechando el empujón final en los Estados que, al cabo, optaron por Trump. Errores de los aspirantes republicanos a la nominación, seguros de que el aparato terminaría con semejante outsider. Error de los votantes que se quedaron en sus casas porque era imposible que Trump ganase.

Pero incluso después de tener que aceptar que el hoy presidente había triunfado incluso de forma cómoda, siguieron los errores. El de negar legitimidad a la victoria con el argumento de que la señora Clinton había sacado casi cuatro millones de votos más, como si no se supiese de sobras de antemano que el sistema electoral de los Estados Unidos funciona mediante compromisarios, Estado por Estado, y no por la suma de las papeletas metidas en las urnas. El error en verdad sorprendente de creer que Trump iba a cambiar una vez que tomase posesión, moderándose y dejando de lado a Twitter como portavoz. Ahora llega el error de confiar en un impeachment, en que las cámaras legislativas destituirán al presidente pronto o tarde. Es esta la única de las equivocaciones omnipresente hoy, dado que todos los otros errores son ya agua pasada. Pero no por eso menos grave que los análisis fallidos y las esperanzas truncadas de antes.

El impeachment es una figura excepcional en la política estadounidense. En toda la historia del país, sólo dos presidentes han sufrido la acusación por parte del Congreso siendo sometidos a votaciones para que abandonasen sus cargos. Se trata de Andrew Johnson y Bill Clinton y en ambos casos el Senado les exoneró. Es quizá el episodio del Watergate de Richard Nixon el que lleva a pensar en que las cámaras pueden terminar con Trump. Pero como Nixon dimitió antes de que se le forzase a la retirada, hay que admitir que desde el punto de vista técnico ningún presidente de los Estados Unidos ha sido depuesto.

Para que se ponga en marcha el impeachment, la Cámara baja ha de acusar al presidente de haber cometido delitos graves como traición o soborno y hace falta que una mayoría simple decida que es culpable de tales actos para que el procedimiento se traslade a Senado. Como el partido Republicano manda en ambas cámaras, es evidente que sin el apoyo de una parte al menos de sus diputados no será posible echar a Trump. ¿Puede esperarse que suceda eso? Al margen de las intuiciones y de los sentimientos, el único dato de que se dispone son encuestas como las que hacen las cadenas de televisión. Las recientes tanto de la CNN como de la CBS dan una mayoría de rechazo, pequeña pero mayoría, de los ciudadanos a Trump. Pero entre los votantes republicanos cuenta con más de un 80% de apoyo. Pues eso.

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