En 1961 se publicó en los Estados Unidos un ensayo que pronto sería profético en el campo del urbanismo. Su autora se llamaba Jane Jacobs y el libro llevaba por título Muerte y vida de las grandes ciudades. Su crítica a las metrópolis deshumanizadas que veían perder de forma acelerada su centro urbano en beneficio de los coches, las grandes conexiones radiales y la vida en los suburbios fue recibida al principio con escepticismo, pero ha terminado por articular el credo fundamental de las ciudades de éxito. Frente a los núcleos congestionados por un tráfico infernal o los barrios definidos por la especulación del territorio, el urbanismo contemporáneo se ha empeñado en recuperar los espacios a escala humana. Es una tendencia global que se puede observar claramente en las principales poblaciones del planeta: de Nueva York a Amsterdam, de Estocolmo a Copenhague, las decididas políticas de peatonización han permitido restablecer la vida social en las calles, reducir el estrés acústico y disminuir los niveles de contaminación atmosférica. A pesar de las reticencias que en ocasiones han planteado este tipo de iniciativas, hoy no cabe duda de que estamos ante una historia de éxito generalizado.

Lo cual, por supuesto, no excluye que no se deban regular dichos espacios, precisamente para evitar que una ausencia de ordenación de los mismos termine pervirtiendo su sentido original. La decisión de Cort de limitar la instalación de nuevos bares y restaurantesen las calles peatonales y en los llamados ejes cívicos de Palma -a día de hoy las calles Fàbrica y Blanquerna- es acertada y responde a la imperiosa necesidad de humanizar la ciudad y recobrarla para sus vecinos. La apertura sin control de este tipo de establecimientos de ocio en plantas bajas ha motivado las protestas vecinales a causa de los ruidos y molestias causados por la saturación de clientes, que hacían imprescindible su reglamentación. De todos modos, la medida del ayuntamiento de Palma no tiene efectos retroactivos y sólo se aplicará a las nuevas solicitudes.

Sin duda, la buena calidad de los espacios públicos define las ciudades. Problemas como la masificación turística, el alquiler vacacional, la proliferación incontrolada de terrazas o el exceso de decibelios requieren políticas inteligentes que faciliten la convivencia y mejoren el bienestar de los ciudadanos. Un conocido jurista norteamericano, Cass Sunstein, ha teorizado recientemente acerca de la importancia de un nuevo concepto de gestión pública -el nudge-, consistente en que la Administración pública -con sus leyes, ordenanzas y reglamentos- impulse las actitudes cívicas entre la población. Un ejemplo de nudge sería cuando en España el gobierno de Rodríguez Zapatero prohibió el consumo de tabaco en centros de trabajo o cuando se puso en marcha el carnet de conducir por puntos, que ha permitido reducir el número de accidentes de tráfico en nuestro país. Estas iniciativas nos invitan a pensar en una Administración que eduque a la ciudadanía y que a su vez sea receptiva a las demandas sociales, escuchando las quejas de sus vecinos y buscando soluciones adultas y consensuadas a los problemas que inevitablemente van surgiendo según la propia dinámica del crecimiento urbano. En el caso de Palma -una ciudad amenazada por su propio éxito turístico-, tal regulación se hace más perentoria que nunca.