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Camilo José Cela Conde

Postmodernos

Tremenda es la historia de la mujer transexual perteneciente a la comunidad judía ultraortodoxa de la ciudad británica de Manchester a la que...

Tremenda es la historia de la mujer transexual perteneciente a la comunidad judía ultraortodoxa de la ciudad británica de Manchester a la que un juez ha prohibido que vea a sus hijos, nacidos cuando la mujer, cuyo nombre no ha trascendido más que por su inicial, J, era todavía un hombre. Tremenda en especial la sentencia porque, siguiendo el criterio bien prudente de hacer lo que más beneficie a los niños, el juez ha tenido que ceder a la parte más oscurantista y primitiva del asunto, a las imposiciones de una religión tan severa como para prohibir la televisión o el acceso a internet.

Que en el siglo XXI la liberación de quienes nacen con unas condiciones genéticas que les hacen distintos, comenzando por sus preferencias sexuales y terminando por su condición final de mujer o de hombre, tengan que someterse a los dictados de un credo religioso, el que sea, es algo que se antoja intolerable. Que encima impongan su ley unas creencias propias, en el mejor de los casos, de la Edad Media, hace pensar en las carencias que todavía tiene este mundo al que llamamos postmoderno. A la vista del fallo del juez sobre el caso de la paternidad/maternidad de los niños de Manchester queda claro que no hemos llegado ni por asomo a la Edad Moderna, a esos ideales de libertad, igualdad y solidaridad que nos legaron los padres ilustrados. Así que presumir de haber ido más allá de aquella ola de liberación que nació justo antes de la toma de la Bastilla -bastante antes si nos miramos en el espejo de la Constitución de los Estados Unidos- es como poco pretencioso. No vamos en este siglo terrible hacia delante, ni deprisa ni despacio. A fuerza de populismos e imposiciones religiosas vamos hacia atrás.

Con suerte, con mucha suerte, los hijos de J dejarán la sociedad opresiva en la que están secuestrados y podrán cambiar no ya de siglo sino de milenio. Pero en el camino se habrán quedado las penalidades de su padre que, siendo aun hombre, ya se sentía mujer pero tuvo que someterse a un matrimonio y, por lo que se ve, a una procreación terribles. Con el resultado de que ni siquiera podrá escribir a sus hijos más que cuatro cartas al año, una cada trimestre, como toda concesión. No sé qué les dirá a unos niños que en el juicio declararon pidiendo a su padre/madre que les dejase vivir en paz. ¿En paz, con quién? ¿Con los que ven en un dios cruel y vengativo la razón principal de ser? ¿Con quienes rechazan que alguien pueda quedar preso de sus genes? ¿Con los que niegan siquiera que una mujer pueda salir a la calle enseñando la cabeza, las piernas o los brazos?

El juez que ha dictado la sentencia confiese sentirse preso de una pesadilla que no permitía una sentencia justa y, por ello, eligió la menos cruenta para unos niños pequeños. Nuestras leyes son así: amparan a la caverna y condenan a los oprimidos. ¿Postmodernos? Cavernícolas.

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