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Antonio Papell

La lanzadera de Artur Mas

Hay serias dudas de que Artur Mas cometiese un delito de desobediencia el 9N de 2014 -el tiempo pasa-, como puso de manifiesto Xavier Vidal-Folch en un bien elaborado artículo el pasado día 3, que explicaba que el delito de desobediencia está muy bien tasado en el Código Penal, y que el comportamiento de quien dirigía entonces al Generalitat no mostraba aquellas características estrictas. De hecho, los fiscales de sala de Cataluña no hallaron indicio de delito, ni tampoco debió verlo el fiscal general Torres-Dulce, que dimitió del cargo poco después de exigir el encausamiento de Mas y dos consejeras por encargo del Ejecutivo. En cualquier caso, Mas debería estar agradecido -irónicamente agradecido, se entiende- al Gobierno del Estado ya que este juicio portentoso y espectacular ha reforzado la llama del independentismo -tan mortecina en los últimos tiempos-, y sobre todo le ha rescatado a él del papel poco gallardo que ha desempeñado desde que tuvo que retirarse por imposición humillante de la CUP y hasta hoy día. El juicio ha sido en definitiva la lanzadera de Artur Mas, quien está recuperando potencia política que le colocará en primera línea si no es finalmente condenado.

El trayecto desde las últimas elecciones autonómicas de septiembre de 2015, a las que el independentismo democrático concurrió con una sola lista, Junts pel Sí, que precisó de la CUP para alcanzar la mayoría parlamentaria, ha sido muy duro para antigua CDC -actual PDECat-, que ha visto como subía el prestigio y la popularidad de ERC en manos de Oriol Juqueras. Artur Mas, sustituido a la fuerza por Puigdemont, ha ejercido con grades dificultades su autoridad moral€ hasta el pasado lunes, cuando en el fragor de la vista pública se declaraba aparatosamente "responsable de todo". Frente al despliegue judicial del TSJC, emergía de nuevo el conducátor de la Cataluña eterna, dispuesto a ponerse otra vez al frente de las masas enardecidas.

Cataluña está a punto de estrellarse en la impotencia referendaria: una vez llegados a la situación actual, la evidencia de que no habrá referéndum sino solo elecciones resultará difícil de digerir por la mayoría gobernante, que no ha cejado de prometer lo imposible hasta el frenesí y el aburrimiento. Ayer se preguntaba Francesc de Carreras que a qué esperan los independentistas en reconocer que su tentativa ha fracasado y que han de esperar mejor ocasión. El único desenlace hoy imaginable de la actual tensión es una convocatoria electoral€ Y Puigdemont, que llega abrasado a la hora postrera, ya ha dicho -más le vale- que no se propondrá para sucederse a sí mismo, por lo que todas las miradas se vuelven hacia Mas, la víctima propiciatoria. Y, descartada por ERC una nueva coalición, el reto del nuevo/viejo líder convergente consistirá en detener el declive de su formación política e intentar (al menos) el improbable sorpasso con respecto a ERC.

Sucede sin embargo que a la frustración que suscitará en el sector soberanista el no referéndum, habrá que añadir la emergencia de Ada Colau, que está preparando una nueva formación política con Podemos y con Iniciativa dispuesta a llevarla en volandas hacia el Palacio de San Jaime. Colau no ha hecho ascos al referéndum ni rechaza el apoyo de los soberanistas, pero es evidente que no se prestaría a una aventura rupturista no pactada con el Estado. De donde se desprende que Mas no sólo tendrá dificultad para ubicarse al frente del soberanismo sino que, esta vez, el independentismo podría quedar en franca minoría. Y si se piensa que las encuestas dan a la CUP un resultado catastrófico, puede augurarse que habrá cambios de calado en el futuro de Cataluña.

En esta coyuntura, se ampliaría visiblemente el espacio para el diálogo y la negociación entre el Estado y las instituciones catalanas, y entre los partidos entre sí.

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