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El abuso del pueblo

El atril sobre el que clama en sus mítines Marine Le Pen, cuya fotografía ha dado la vuelta al mundo con ocasión de la presentación de su programa radical de extrema derecha este pasado domingo, lleva escrito un lema impresionante: "Au nom du peuple", es decir, "En nombre del pueblo". En nombre del pueblo, la peligrosa activista xenófoba y racista postula el aislamiento de Francia y su salida de la UE, la ruptura de la OTAN, el cierre de fronteras a todos los extranjeros, la enconada persecución policial de la inmigración ilegal, la imposición de un impuesto a los no franceses que trabajen en Francia, y, en suma, un patriotismo económico que podría resumirse en una frase que parafrasea otra de Trump: "Los franceses, primero".

Escudarse en el pueblo para impulsar las más bajas pasiones, los egoísmos más primarios, las reacciones a la defensiva que pasan por la eliminación del competidor, es, ante todo, una gran bajeza moral. Pero también el reconocimiento de la propia indignidad. Porque el papel del líder democrático no consiste en ponerse al paso de las muchedumbres sino en liderarlas, en infundir y potenciar los grandes valores que dan vida a la convivencia democrática, a la tolerancia y al respeto.

En definitiva, el populismo de quienes se arrogan el papel de intérpretes de la voluntad popular es detestable, tiene que ser denunciado con claridad y combatido con todas las armas dialécticas que la democracia proporciona.

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