El populista, misógino y maleducado Trump ha conseguido lo que parecía imposible: que los 27 países supervivientes de la Unión Europea, que estaban asistiendo pasivos a la decadencia del proceso de integración, que se habían desanimado con el Brexit y que parecían inexorablemente abocados a una crisis de identidad colectiva, reasumiesen el proyecto, se cargasen de patriotismo europeísta, apreciasen las ventajas económicas y políticas de la integración y reaccionasen contra el intruso trasatlántico que, con insolencia, anunciaba el principio del fin de Europa, la muerte del euro y la dispersión centrífuga de los cada vez más numerosos retazos desgajados del tronco común.
El polaco Tusk, presidente del Consejo, salió de su ostracismo habitual con una carta inflamada a los 28 en la que dice que Trump "es una amenaza para la UE", y ante la que nadie ha rechistado en voz alta. Y los 28, como una piña, han respaldado a Mogherini en su rechazo frontal a Ted Malloch, el lenguaraz aspirante antieuropeísta a representar a los Estados Unidos en Bruselas.
Al fin, un catalizador provoca la síntesis psicológica e intelectual europea. Ahora solo falta que Trump agreda también a la OTAN para que sin más demora se ponga en marcha la siempre postergada Defensa Europea.
