En política las crisis a menudo se superponen, ya que constituyen el síntoma de algún tipo de disfuncionalidad más profunda. Tras el espectáculo vivido estas últimas semanas y cuyo protagonismo responde a los nombres de la ya expresidenta del Parlament Xelo Huertas y de la diputada Montse Seijas, el foco de atención se ha desplazado rápidamente hacia Podemos. El desafío lanzado el jueves por Alberto Jarabo a los partidos del Govern -PSIB y Més-, amenazando con romper el pactosi no se acepta como presidente de la cámara autonómica a Baltasar Picornell, no sólo subraya la falta de banquillo de Podemos -que no quiere sacrificar para el cargo a uno de sus principales activos políticos, Laura Camargo-, sino que además ejemplifica las dificultades que atraviesa la nueva formación a la hora de asumir el funcionamiento normalizado de las instituciones. Un grave problema de madurez democrática, cuya solución pasa por exigir a Podemos que transforme su permanente crítica al sistema en soluciones reales y en políticas viables. Un salto en su grado de responsabilidad pública que, por cierto, también amenaza con fracturar el partido a nivel estatal, tras la feroz pugna que se ha entablado entre los errejonistas y los partidarios de Pablo Iglesias, según se evidencia de forma ya descarnada casi a diario. En este sentido, la iniciativa de la diputada nacional Carolina Bescansa de presentar la renuncia a su cargo en la ejecutiva es un claro exponente de la difícil encrucijada en la que se halla Podemos y que les obliga a tomar una decisión firme y seguir un camino trazado.

En democracia, las posiciones extremas resultan tan peligrosas como las tentaciones escapistas que evitan afrontar la realidad. El caso de Xelo Huertas ha abierto la espita de un problema más profundo, de consecuencias relevantes para el futuro y la estabilidad del pacto. No debemos olvidar que fue Podemos, en la negociación con sus socios de la izquierda, quien exigió el control de la presidencia del Parlament a cambio de su apoyo en un pacto de gobierno. El correlato lógico a ese acuerdo sería actuar con sentido institucional. Enrocarse en una mala solución, ya sea para ocultar dificultades de funcionamiento interno o para preservar cierta aureola de activismo antisistema, sólo incrementa aún más la desconfianza de la ciudadanía hacia su clase política. Hacen bien el PSIB y Més al reclamar unas mínimas garantías que impidan la repetición de episodios tan esperpénticos como los que hemos vivido estas últimas semanas. Podemos todavía es un partido en fase de construcción que necesita dar pasos adelante a fin de consolidarse como alternativa viable. Forma parte de las ilusiones de la teoría política suponer que los excesos de los llamados “partidos de la protesta” se moderan al entrar en contacto habitual con el poder, donde se ven obligados a gestionar la marcha cotidiana de la Administración. Sin embargo, en ocasiones sucede lo contrario y estos movimientos optan por anclarse en posiciones poco realistas. En lugar de proseguir en la senda de un enfrentamiento estéril con sus socios del pacto -lo cual sólo conduciría a degradar aún más el prestigio dañado de la política insular- es conveniente que Podemos asuma su parte de responsabilidad en el actual desaguisado y presente soluciones razonables a problemas inmediatos.