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Comprendiendo a los ingleses

Por más que haya razones para irritarnos con los ingleses en este momento, soy muy anglófilo y el Brexit me pilló tan a contrapié como la elección de Donald Trump. No debía de haberme sorprendido porque yo a los británicos me los conozco bien y sé cómo son a la hora de la verdad: muy suyos. Esto de Europa está muy bien, piensan, pero a condición de que los únicos europeos seamos nosotros.

Gran Bretaña nunca ha estado cómoda con Europa, especialmente con la Unión Europea (UE) o con su predecesora, la Comunidad Económica Europea (CEE). Ya lo dijo Churchill, "cada vez que Gran Bretaña tenga que decidir entre Europa y el mar abierto, escogerá el mar abierto". Y eso se reflejaba no solo en la relación especial con Estados Unidos sino en la desconfianza hacia nosotros: vacaciones, sí, residencia para el retiro (incluida la sanidad pública), sí; integración para que seamos todos iguales, de ninguna manera.

Terminada la II Guerra Mundial, en un célebre discurso en 1946, Churchill propuso la creación de unos Estados Unidos de Europa. Magnífica idea, solo que quince años antes había dicho: "Estamos en Europa pero no con ellos; estamos vinculados pero no comprometidos". Y mientras afirmaba que solo una Europa unida puede garantizar la paz, también aseguraba que los ingleses se quedarían fuera, igual que en 1918, terminada la I Guerra Mundial, el presidente americano Woodrow Wilson impulsó la creación de la Sociedad de Naciones? por supuesto sin Estados Unidos.

Con total coherencia, cuando seis países europeos, Francia, Alemania, Italia y el Benelux, constituyeron la CEE en 1957, el Reino Unido se quedó fuera: no quería aceptar la idea de una futura federación, no se fiaban de estos tipos de colorido y lenguas diferentes. Se unieron a regañadientes en 1973 y a partir de entonces se pasaron la vida haciendo referéndums sobre la permanencia: uno en 1975 (que ganaron los del sí por un 67%), otro en 1983 y finalmente este del Brexit que los del "no" ganaron por un mísero punto. Hasta entonces, Gran Bretaña también se había pasado la vida negociando su condición de miembro. Un día fue la obtención por Margaret Thatcher del famoso "cheque inglés" que implicaba un descuento en la contribución británica al presupuesto comunitario, la friolera de dos tercios del déficit fiscal británico. Otro día fue la negativa a integrarse en el euro nacido en 1999, probablemente con la idea de que una libra fuera del sistema les permitiría seguir controlando el mercado financiero de la City. Y ahora, para quedarse enganchados a la UE, yéndose, querrían aplicar solo dos de las tres libertades de circulación obligatorias: de bienes y servicios, sí; de personas, no (no queremos más inmigrantes). En fin, un socio no demasiado entusiasta.

No se llamen a engaño, sin embargo. Su difícil relación con Europa no descalifica al Reino Unido. Desde siempre, Gran Bretaña ha sido la campeona de la libertad y de la democracia. Y de la feroz y heroica defensa de sus valores y de su territorio. Y del pensamiento y de la tolerancia. Cuando estábamos sometidos a una dictadura idiota, mirábamos hacia Inglaterra con envidia. Una de las cosas que más me admiraba era el hecho de que la policía no llevara armas y el ciudadano no tuviera documento de identidad.

También recuerdo con admiración que el 23F, mientras el secretario de Estado americano general Haig decía que el golpe de Estado de Tejero era un asunto interno de España, Margaret Thatcher, la mala de la película, afirmó que apoyaba sin reservas al pueblo y al Gobierno de España y condenaba sin paliativos la acción militar que pretendía acabar con la democracia.

¿Qué ha sido este asunto del Brexit? Bueno, es probable que el resultado del referéndum se deba al voto más patriotero y más ignorante de la clase media baja de Gran Bretaña, atenta a los cantos de sirena y a las mentiras del UKIP y de los euroescépticos. Más o menos como el triunfo de Donald Trump por un casi -4% (digo bien: menos) se debe a las clases medias más ignorantes y patrioteras del centro de Estados Unidos y a las mentiras del candidato (un ejemplo precioso: Trump prometió crear 25 millones de puestos de trabajo cuando Obama le deja un país con solo ocho millones de parados). America first es una promesa vacía.

Los ingleses son malos, sí, por dejarnos en la estacada. ¿De verdad? Amistad o no de Estados Unidos, consideren lo poco que han tardado en manifestarse masivamente (cuatro millones de personas) contra la política antiinmigración de Trump, que les parece un insulto al más elemental sentido de solidaridad y generosidad. Considérese cómo en 24 horas se han recolectado casi dos millones de firmas pidiendo que se anule la invitación británica a Trump para un viaje oficial a Londres .

¿Cuándo veremos algo así en España?

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