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No cejar en los empeños ¿nunca?

Una vez determinados a iniciar un proyecto, con esa ilusión que nos embarga cuando nuestra imaginación es todavía la única compañera en la línea de salida, creo, y así lo he comprobado, que persistir contra viento y marea puede aportar un plus de respeto hacia uno mismo que se equipara, incluso con ventaja, al aplauso ajeno.

Más vale caer muerto por el esfuerzo que reventar lamentándose, dijo alguien. Y es que, con independencia del resultado, el tesón es buen asidero frente a las dudas y justifica esos días, tal vez meses o toda una vida, persiguiendo el objetivo que finalmente importe por lo que tiene de reto, de pulso en el que ganar o perder se convierte en un avatar que dirá menos de nosotros y nuestro talante que la tenacidad, ésa sí, demostrable. E inútil muchas veces, podrá esgrimirse a la contra; no obstante, la utilidad no es un concepto unidimensional y tiene mucho de subjetivo porque, a la postre, el provecho, el rendimiento, debieran ser algo más que lucro. Y trascender el desenlace para que nos gratifique día tras día y más acá del incierto final.

Encuentra un camino y hazlo, aconsejaba Séneca. En ese hacer, estoy con quien afirmó que siempre será mejor quemarse a oxidarse, aunque ello suponga arrostrar la rutina sin caer en el hastío y también, en ocasiones, convertirse en sujeto del sarcasmo: "¡Hay que ver qué cabezota!", "¡un verdadero obseso?!". Pero los comentarios de esa índole esconden muchas veces, junto a las pullas, una pizca siquiera de admiración por el becketiano "¡no puedo seguir. Voy a seguir!". La frustración no surge del fracaso sino de la rendición, y haber leído en algún lugar que nadie es viejo hasta que se rinde, no ha hecho sino añadir otra razón, cuando uno comienza a atisbarla cada vez más cerca, para seguir a lo Beckett. ¿Y durar en qué?, podrían preguntarse. Pues en lo que nos hayamos propuesto incluso desde mucho tiempo atrás; desde mejorar en inglés a seguir con la gimnasia o tómenlo a modo de confesión darle mil y una vueltas a ese proyecto novelístico que no termina de cuajar.

¿Borrón y cuenta nueva? Sin ánimo de comparación alguna, como es obvio, sé que Gogol quemó la segunda parte de su Almas muertas; Torrente Ballester lo hizo con la novela Campana y piedra, y la Lolita de Nabokov habría corrido la misma suerte de no terciar su mujer. No obstante, renunciar a un propósito, a un anhelo, sería también, como decía, rendir las armas antes de una derrota que está por ver. Por seguir con los escritores, doce años se pasaron Bulgákov o Mann para El maestro y Margarita y La montaña mágica respectivamente; veinte Lezama con su Paradiso y García Márquez contaba que escribió nueve veces El coronel no tiene quien le escriba antes de darla por buena. Con tales ejemplos, me proporciona mayor consuelo adscribirme a la creencia de que no hay fracaso mientras se sigue en la brecha y, de paso, la ancianidad, ésa que va del bracete junto a la resignación, con tres palmos de narices mientras lo que quede por hacer informe los comportamientos con mayor peso que la satisfacción por anteriores logros si acaso los hubo.

Es más: he estado ahora mismo en un tris de afirmar que, para hacerse con algún báculo que desde fuera nos refuerce en nuestras obstinaciones, y dado que las dudas asaltan de vez en cuando al más pintado, se justificaría incluso una cierta escenificación de los comportamientos para conseguir que el empecinamiento sea visto con agrado y es que, puestos a apostar por un trayecto de final incierto y sea cual sea la meta, puede ser de ayuda un reflejo en terceros para sacar fuerzas de flaqueza cuando se está a punto de tirar la toalla. No obstante, se me ha ocurrido adscribir lo argumentado hasta aquí al actual acontecer político y la confusión ha sido tal, que me he visto obligado a añadir un interrogante al propio título.

¿Será por no cejar los líderes en sus empeños, que nos vemos así? Porque de haber decidido alguno de ellos quemar su novela para dar paso a un mejor guión en lugar de instalarse en el egocentrismo, dejarse otro de buscar el consenso de sus conmilitones por sobre las evidencias de unas opciones fracasadas, pensar en unos pactos traídos por los pelos con tal de seguir en la brecha y no precisamente para taparla o dejar de disfrazar la realidad a la medida de sus personalismos, tal vez habrían podido alumbrarse nuevos caminos en bien de todos.

Desde esta perspectiva, quizá sea apropiada una distinta formulación para la teoría inicial, que parece mejor justificada cuando el único implicado es el protagonista. En otro caso, y cuando representantes de muchos, el empeño habría de tener distintas retroalimentaciones que las surgidas del propio orgullo y, si no la vejez, cuando menos el retiro podría ser mejor opción para que surjan nuevos proyectos. En otras palabras: bien por la hipótesis inicial excepto en lo que respecta a los políticos, para quienes seguir en sus trece, pese a quien pese, parece más bien afrenta.

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