Para alguien que expone regularmente su opinión sobre temas de actualidad resulta casi inevitable hacer algún comentario sobre el personaje que acapara titulares en todos los medios de comunicación: Donald Trump, cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América, cuya elección ha hecho sonar las trompetas del apocalipsis en toda Europa. San Juan Evangelista, meditando en la isla de Patmos, en el archipiélago del Dodecaneso, mar Egeo, escribió el último libro de Nuevo Testamento, el libro del Apocalipsis, en el que se anuncian las calamidades que caerán sobre la Tierra. Al tocar la trompeta el tercer ángel, dice el texto, se abatirá una enorme estrella, sobre las aguas del mundo y morirá parte de la humanidad. El término, "Trump", tiene en ingles varios significados, uno referido al palo de picas, en el juego de cartas, equivalente a triunfo, y otro, procedente del verbo to trump que puede expresar la acción de trompetear. La trompeta de Trump, no llegará a sonar, aunque él lo deseara, como las trompetas anunciadoras del apocalipsis. El sistema constitucional norteamericano tiene, afortunadamente, mecanismos correctores, el impeachment, por ejemplo.
El señor Trump es un nuevo rico, lo acredita y se jacta de ello. Hay ricos, la mayoría, moderados, que habiéndose ganado esa posición, pretenden pasar discretamente por la vida. Él, sin embargo, carece del sentido del ridículo, hasta parecer un personaje de reality show, hortera hasta la extenuación y pagado de sí mismo. Su mansión en la Quinta Avenida de Nueva York pretende emular la Domus Aurea de Nerón, en cursi, por supuesto. Las casas reflejan la personalidad de sus dueños. Desde que ganó las elecciones, no paró de recibir visitas en ese palacete dorado y televisiones del mundo han dado, hasta el hartazgo, imágenes de sus refulgentes salones. Por mucho que se repitan esas imágenes, el sentido de la vista no es capaz de acostumbrarse a semejante fanfarria.
El señor Trump, como cualquier egomaníaco resulta una persona áspera, presume de macho alfa y dice cosas tan desagradables como: "El poder, que uno ostenta, permite coger a cualquier mujer por el? (la entrepierna) y?". Este mal gusto, esta ordinariez, esta machada y desconsideración y, otras más, están provocando que cientos de miles de mujeres rechacen esta humillación y así lo manifiesten en todo el país. Ese talante alcanza a su propia vida familiar, no cede el paso a su mujer al entrar en algún sitio, no espera a que ella salga del coche, todo lo cual contrasta con la exquisita educación y rigurosa elegancia de Barak Obama. Elegancia, educación y distinción "del presidente negro" que le ha cateterizado durante los ocho años de presidencia. Obama cuya oratoria impecable consiguió ilusionar a todo un pueblo y cuyo mandato, en tiempos muy difíciles, logró que los EE UU saliesen de una crisis económica feroz, que facilitó que el resto del mundo igualmente saliese del colapso financiero. También sacó adelante, con mucho empeño, una reforma sanitaria que beneficiaba a más de 80 millones de ciudadanos desprotegidos y que ahora se puede ir al garete.
Por si la forma ser de este personaje primario, su analfabetismo geográfico y su discurso populista no fueran de por sí preocupantes, resulta que la recién estrenada administración de la Casa Blanca ha irrumpido en el mundo de la comunicación con una novedosa teoría sobre la verdad, "la posverdad", que naturalmente será "su verdad", que no tiene por qué coincidir con la realidad. El propio Trump hablando de su toma de posesión dijo que habían acudido al National Mall de Washington más de un millón quinientas mil personas y que las informaciones de la prensa, que daban cifras muy inferiores, no eran ciertas. Según él, estaban manipuladas por los periodistas, a los que calificó como "las personas más deshonestas del planeta". Haciendo amigos, señor Trump. Su asesora de comunicación, Kellyanne Conway, dijo que el Gobierno maneja "hechos alternativos" sobre el número de asistentes al acto, y es de suponer que sobre otros temas. Y explica que "los hechos alternativos" no tienen por qué casar con la realidad. A tamaña estupidez replicó un periodista de la NBC diciéndole que "los hechos alternativos no son hechos, sino falsedades". Impecable contestación. Desde que ganó las elecciones Trump, y según PolitiFact medio que manejan un grupo de periodistas del Time y que recoge las mentiras que dicen los políticos, se han registrado ya 82 falsedades o "hechos alternativos" dichas por el presidente. Esto es preocupante porque quien suele mentir, aunque sea en cosas intrascendentes, seguro que lo hará también en asuntos trascendentes.
¿Qué explicación tiene que un personaje como este haya conseguido llegar a la presidencia de Estados Unidos? Simplemente al hartazgo de la gente con la clase política. Este cansancio se da no solo en Estados Unidos sino también en Europa, los ciudadanos están ya incómodos con los políticos profesionales, que no ha hecho otra cosa en su vida que vivir del presupuesto, destacar por su ineficiencia y corromper la vida pública. El Instituto demoscópico Gallup, en reciente encuesta realizada en Estados Unidos ha llegado a la conclusión de que el 91% de los ciudadanos desconfía de sus gobiernos, el 80% no cree en lo que dicen los medios de comunicación los consideran contaminados y el 73% no cree en la Administración de Justicia. Con este panorama no es de extrañar que deseen un cambio radical, que merezca más confianza, que quieran votar a alguien que dice "que gracias a Dios él no es un político", a una persona que ha trabajado creando empresas, puestos de trabajo y riqueza, y no a un político profesional. Lástima que con este ambiente, con esta situación política, quien se haya presentado sea Trump y no otro entre los muchos empresarios serios y honestos que han hecho grandes a los Estados Unidos.