El peligro y gravedad de la plaga vegetal que puede suponer el arraigo de la bacteria denominada ‘Xylella fastidiosa’ para el arbolado de Mallorca ha estallado esta semana ante los payeses de la isla en particular y la opinión pública en general. Lo ha hecho en cuanto a la difusión y conocimiento del problema y no tanto por lo que respecta a la dimensión de la epidemia que no ha irrumpido de forma abrupta, sino que se venía incubando y extendiendo desde hace tiempo. Ahí esta precisamente el primer elemento que se debe cuestionar, el motivo de inquietud justificada porque, como desvelaba DIARIO de Mallorca en su información del viernes, la conselleria de Agricultura ha negado de forma reiterada que la Xylella fastidiosa se hubiera extendido más allá de los tres cerezos reconocidos de Porto Cristo cuando, por otro lado, ya había comunicado al Ministerio la propagación de la epidemia en otras zonas de la isla y que ésta afectaba a algunas extensiones de almendros.

La conselleria pretendía actuar en silencio y no alarmar a los payeses. Fue una táctica seguramente bien intencionada, con exceso de voluntarismo y de la que no supo calcular los riesgos ni las consecuencias. Unas consecuencias que ya se pagan ahora porque, al saberse la verdadera dimensión del problema y a la vista de cómo se ha actuado, se ha creado un clima de desconfianza comprensible y se ha perdido un tiempo precioso para poder luchar con solvencia contra la xylella impidiendo una colaboración de los payeses que pudiera haber sido trascendental y practicando un cuidado y movimiento en el trasplante de árboles que no ha podido tener en cuenta los peligros en ciernes.

La táctica del avestruz es pésima consejera. No se puede esconder la cabeza para dejar de ver la realidad y esto es lo que se ha hecho ante la evidencia de la presencia de una bacteria que puede poner en jaque el arbolado más autóctono de Balears. Precisamente por ello es necesario actuar de modo diáfano, desde la realidad, por cruda que sea, para de este modo poder aplicar las soluciones adecuadas. Mirando a otro lado hasta que no ha quedado más remedio que contemplar y admitir la dimensión real de la implantación de la bacteria, se ha perdido un tiempo precioso que ahora no quedará más remedio que recuperar con el agravante de hacerlo al precio de arrancar más árboles de los previsibles en un primer momento.

Todo hace pensar que se ha tenido miedo -otro mal consejero y pésimo aliado- a las drásticas medidas, de obligado cumplimiento, contempladas por la Unión Europea para contrarrestar la propagación de la xylella fastidiosa que obligan a erradicar los árboles en cien metros a la redonda de la pieza afectada y a realizar muestreos en otro radio de diez kilómetros. Son medidas contundentes que hablan por sí solas de la agresividad de la bacteria llegada de la Europa continental y que, al parecer, ha sabido sortear la península ibérica mientras se ha cebado con Mallorca.

Es verdad que puede producir escalofríos ver cómo se arrancan almendros, cerezos, olivos acebuches, ciruelos y polígalas en prevención de la extensión de un foco localizado de la bacteria. Significa la transformación del paisaje mallorquín y lesionar los intereses de la agricultura, la economía y el turismo. Pero no hacerlo, si el mal existe, puede resultar todavía más nocivo porque la plaga acabará matando los árboles de forma más deprimente. Daremos por supuesto que la UE ha tomado estas medidas bajo fundamentos certeros. En cuestión de plagas vegetales también es mejor prevenir que curar.