Opinión

Antonio Papell

Trump, la prensa y las redes sociales

La mala relación de Trump con el sistema mediático durante la campaña electoral americana ha estallado finalmente tras su llegada a la Casa Blanca; en las primeras horas de su presidencia, el histriónico mandatario criticó con dureza a la prensa por haber difundido el rumor de que mantiene una mala relación con los servicios de Inteligencia los comparó con los de la Alemania nazi y por mentir al insinuar que hubo menos gente en su toma de posesión que en la de Obama las imágenes que han dado la vuelta al mundo no mienten al respecto. Poco después, el recién nombrado portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, habló nuevamente de la manipulación intencionada del número de asistentes a la investidura presidencial y advirtió de que los periodistas falsarios "rendirán cuentas". Ese mismo día, los dos grandes periódicos norteamericanos, el Washington Post y el New York Times, denunciaban el sectarismo de Trump en su discurso de toma de posesión, por haber olvidado las injusticias del pasado y los logros recientes en una evaluación distorsionada e interesada de la realidad americana.

De hecho, el magnate, que fue showman en televisión y que ha conseguido la presidencia en unas elecciones democráticas incuestionables conviene recordarlo, aunque haya que lamentar sus métodos demagógicos, nunca ha mantenido una relación equilibrada con los medios informativos de su país. Y ha tratado de salvar este déficit mediante el recurso a las redes sociales, Twitter particularmente, que le permitían cumplir su ideal mediático populista: comunicar sin intermediarios con la ciudadanía.

Sucede sin embargo que las redes sociales no son medios de comunicación sino otra cosa muy distinta. El sistema mediático, formado en las democracias por una constelación de medios diferenciados, ofrece a los ciudadanos información elaborada y firmada de lo que ocurre, con la fiabilidad y credibilidad que en cada caso haya conseguido el soporte de que se trate. El ciudadano que acuda a estos soportes mediáticos, a los periódicos en papel o digitales, nativos o no, a los informativos de las televisiones y las radios, tendrá una idea cabal de la realidad, aportada por profesionales de la información periodistas que en muchos casos hacen gala de su independencia y de su voluntad de prestar un servicio público. La mejor garantía que se ofrece al destinatario de la información es el pluralismo existente, la posibilidad de acudir varias fuentes distintas para contrastar cada información, con sus matices opinativos según de donde proceda.

Las redes sociales, en cambio, conectan a individuos, corporaciones y medios de comunicación entre sí, pero no son en sí mismas medios de comunicación. Por Twitter circulan informaciones firmadas y solventes, opiniones de personas políticos, expertos, espontáneos con más o menos crédito, mentiras deslizadas con el mayor desparpajo, falsedades anónimas que a veces se orquestan maliciosamente para que la verdad tenga dificultades para imponerse? Quien pretenda informarse a través de las redes sociales deberá ser muy cauto, y ponderar en cada caso la fiabilidad de la fuente, teniendo incluso en cuenta que la autoría pueda ser falsa (abundan las fakes en Internet).

Pues bien: Trump pretende eludir la crítica de los medios, que es la de la opinión pública, evitando en lo posible el contacto con ellos, presionándoles, amedrentándoles? y tratando de cumplir con su obligación de transparencia a través de las redes sociales. Y esto es imposible porque, diga lo que diga ese personaje atrabiliario, los Estados Unidos son una democracia de opinión, en que el poder ha de acatar la presión institucional de la ciudadanía a través del sistema mediático. La opinión pública, emergente del conjunto de los medios, es también un personaje institucional que juega un papel en el equilibrio de poderes. Y ni Trump ni nadie podrá hurtarse a este escrutinio, que la propia clase política americana terminará imponiendo a su primera autoridad.

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