Opinión
Antonio Papell
Nacionalismo populista
Un rasgo definitorio bien expresivo de la entidad y las pretensiones de Donald Trump es su posición en los grandes asuntos identitarios con que tiene que lidiar su país, un melting pot en efervescencia en el que cohabitan muy diversas y variadas minorías, que han sido sin embargo capaces de fraguar espontáneamente una nacionalidad norteamericana reconocible sin avergonzarse de exhibir un patriotismo genuino e inocente que en Europa resulta difícilmente reconocible. Hasta ahora, los norteamericanos han exhibido ese talante ejerciendo a la vez un ejemplar cosmopolitismo, huyendo del aldeanismo y combinando magistralmente los designios de la América profunda con una modernidad espléndida y de una creatividad inigualable.
Pues bien: algunos de los primeros gestos del nuevo presidente ha sido desactivar la versión en español de la página web de la Casa Blanca, suprimir la cuenta en español en Twitter de la Casa Blanca, eliminar (al menos de momento) al portavoz de prensa dedicado a los medios en español y al mundo delos hispanos, etc. Trump ya había dado a entender cuál sería la política al respecto durante el periodo preelectoral: en septiembre de 2015, había dicho en un debate: "Tenemos un país donde, si te quieres integrar, tienes que hablar inglés. Necesitamos que haya integración para tener un país. No soy el primero en decir esto. Este es un país donde hablamos inglés, no español". Y ya en campaña criticó a Jeb Bush por hablar español en sus actos electorales... Se puede estar de acuerdo en que los inmigrantes sólo se integrarán verdaderamente cuando hayan aprendido la lengua oficial y mayoritaria, pero de ahí al confinamiento de las lenguas de las minorías americanas ha de haber un abismo. Por razones políticas pero también culturales: una lengua es siempre un valioso patrimonio.
Esta actitud de Trump subraya el carácter nacionalista de su ideario, lo que, como acaba de recordar Timothy Garton Ash, le permite ingresar en un poco honorable club en el que ya están también Vladimir Putin en Rusia, Narendra Modi en India, Xi Jinping en China, Recep Erdogan en Turquía y "una veintena de líderes nacionalistas en todo el mundo". En la lista habría que incluir también necesariamente a los líderes británicos del Brexit, ya que han alentado con éxito una pulsión claramente identitaria.
Pues bien: semejante tendencia, engrosada aparatosamente por un Trump que invoca el lema "América, primero" en una reconcentración kitsch de la doctrina Monroe de 1823, no sólo es un factor de rozamiento que va en contra de la globalización en marcha sino que también amenaza la supervivencia del proyecto europeo y la estabilidad de nuestros países. Sobre la UE, Trump ha animado a sus miembros a abandonarla argumentando el disfrute de las identidades nacionales. Y en nuestro país, es evidente que el impulso introspectivo de Trump fortalece las tensiones centrífugas, alimenta los nacionalismos de campanario, favorece la pasión por lo cercano en detrimento de las grandes proyecciones magnánimas de futuro que mueven a la humanidad hacia adelante.
Garton Ash, que no quiere comparar esta época con la de los años treinta del pasado siglo porque efectivamente ahora tenemos regímenes democráticos mucho más sólidos, no descarta sin embargo que esta emergencia hosca y agresiva de los nacionalismos derive en incidentes internacionales, en choques -por ahora de pequeña intensidad. En cualquier caso, la idea de corregir los ostensibles defectos de la globalización por el procedimiento de demonizarla y sustituirla por la erección de muros ideológicos y materiales en torno a los espacios nacionales entraña muchos peligros y constituye una renuncia detestable a la idea de modernidad, a la superación de los retos que siempre plantea la innovación en lo que tiene de abandono de viejas y cómodas tradiciones que lastran el progreso.
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