Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Daniel Capó

¿Qué es ser conservador?

Para quienes no hayan oído hablar de él, Michael Oakeshott fue sobre todo un pensador excéntrico. En esto, no se distinguía del clásico conservador inglés, tan descuidado como elegante y esnob. Su primer libro versó sobre las apuestas en las carreras de caballos, lo cual le hizo ganar una merecida fama entre la aristocracia inglesa de la primera mitad del siglo XX y el desdén de un buen número de académicos. En realidad, lo único que Oakeshott pretendía decirnos con esa obra era que la vida se asemeja a un juego de apuestas que acaba retribuyéndonos de forma aleatoria. De niño, su padre le enseñó a conversar con Montaigne y esa admiración por el ensayista francés le inmunizó de cualquier exceso. Al igual que Josep Pla, desconfiaba de la noción de progreso, de los altos ideales de la política, de las promesas demasiado apetitosas y, en definitiva, de la naturaleza humana. Escribió en una ocasión: "La política es un espectáculo desagradable en todo momento. La oscuridad, la falta de transparencia, los excesos, las componendas, la indeleble apariencia de deshonestidad, la falsa piedad, el moralismo y la inmoralidad, la corrupción, la intriga y la negligencia, la intromisión, la vanidad, el autoengaño y, por último, la esterilidad. Como un caballo viejo en el establo, ofende casi todas nuestras susceptibilidades racionales y sin excepción las artísticas". Junto al liberal Isaiah Berlin, de quien le separaban tantas cosas, Oakeshott fue el principal filósofo político de la Inglaterra del siglo XX, más por su temperamento literario que por el rigor de una doctrina que se negó a enunciar. Se diría que su mundo era el de la conversación, no el de los enfrentamientos ideológicos y las guerras culturales.

En uno de sus ensayos más hermosos, titulado La actitud conservadora, se encuentran resumido en apenas cuarenta o cincuenta páginas buena parte de su ideario. "Ser conservador", leemos en el libro, "consiste en preferir lo familiar a lo desconocido, lo contrastado a lo no probado, los hechos al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo conveniente a lo perfecto, la felicidad presente a la dicha utópica". El conservadurismo, en este sentido, sería menos una doctrina que una variante del apego, la seguridad y la confianza. Las reformas deben ser sutiles, moderadas, porque nunca sabemos a dónde nos a dónde nos van a llevar. Por eso mismo, "el conservador estima que la función del gobierno no es la de encender la pasión sino la de introducir un ingrediente de moderación en las actividades de personas demasiado apasionadas; limitar, desalentar, pacificar y reconciliar; no avivar el fuego del deseo sino sofocarlo". Y todo ello no en nombre de unos valores elevados ni de unas verdades que creemos definitivas, ni siquiera como consecuencia de la fe en una determinada tradición, sino para evitar que la sociedad quede atrapada en conflictos internos que carecen de cualquier tipo de solución razonable.

Al final, para Oakeshott, el conservadurismo no consiste en una ideología concreta sino en una serie de frenos que invitan a la prudencia, la paciencia, el juego de equilibrios y contraequilibrios; la limitación de poderes y la seguridad de lo conocido frente a la poderosa tentación de un mundo permanentemente nuevo y distinto. No se trata, desde luego, de una teoría política demasiado excitante, pero sí amable y sosegada. Todo lo contrario de lo que preconizan los actuales conservadores anglosajones, ya se llamen Donald Trump o Theresa May.

Compartir el artículo

stats