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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

El discurso de Armengol

Visto y oído el discurso de fin de año de la presidenta Francina Armengol me quedo con la alusión en el primer párrafo a la cercanía de su Govern de la gente de la calle, y en especial de quienes peor lo pasan. La pieza no se grabó como suele hacerse en un despacho, para visibilizar el compromiso con el pueblo llano. Sabido es que quienes redactan estas piezas de oratoria navideña, las vaya a pronunciar Felipe VI o su antecesor, José Ramón Bauzá o su sucesora, huyen de lo concreto y se dedican a hilvanar tópicos brumosos para no meterse en jardines en fechas tan sensibles, de manera que ni en el laboratorio de CSI podrían determinar si el ladrillo corresponde a 2008 o a 2015, o tal vez 1989 porque hablan de presupuestos en pesetas. "Los que tenéis más dificultades sois nuestra prioridad", dijo la presidenta, pero no aludió a con nombre y apellido a Chinyere Umenweke. Ya saben, la mujer nigeriana fallecida de muerte natural en Palma una semana antes de la perorata presidencial, y cuyos tres hijos desnutridos y descuidados se quedaron junto al cadáver varios días, hasta que el menor, de cinco años, salió de su vivienda de Son Rullan para pedir ayuda. Un cuento de Navidad, o una novela rusa. Una noticia tan triste que ha dado la vuelta al mundo y nos ha situado en el mapa como capital de la penuria en una temporada turística de récord, un dato del que no quiso alardear Armengol. Una madre inmigrante agonizando más sola que la una, y unos chavales sin comer y sin ir a la escuela desde hacía tres meses, invisibles a media hora de donde se montó toda la parafernalia del discurso navideño callejero de Francina Armengol en el Parc de les Estacions: esa imagen resume en modo pesadilla el recién terminado 2016. Sinos tan dispares en uno de los destinos más deseados del planeta.

Me pregunto cuándo se marcará de verdad la diferencia entre gobernar para unos, y gobernar para todos. A lo mejor la cosa empieza por hacer los balances de fin de año con nombres y apellidos, de los que se han seguido forrando y los que han quedado en el camino, para que nos aclaremos y le pongamos carne a las palabras. Hacer un recuento de cosas que no deberían pasar, pero que han pasado, es casi tan sano como las listas de buenos propósitos del año nuevo. Saludable resulta asimismo admitir que, más allá de los buenos sentimientos e intenciones, no se ha estado todo lo bien que se debería en la protección a los desamparados en este año que acaba. Serviría para cambiar dinámicas que se han demostrado ineficaces a la hora de rescatar gente de las cunetas. Los servicios sociales del ayuntamiento y autonómicos coincidieron en la excusa de que la madre nigeriana vivía aislada y no se dejaba ayudar: oírlo de boca de tres mujeres me dejó intranquila por lo que supone de culpabilizar a la víctima de su falta de habilidades sociales. Porque el mismo argumento usó, demasiados días después y con mucho aspaviento, el padre de los niños que se había marchado a otro país sin ellos y se había desentendido de su crianza. Como evidentemente la fallecida no puede aportar su versión, solo podemos imaginar el miedo que debió pasar cuando prefirió morirse antes que abrir la puerta de su casa. Una historia para estropear cualquier panorámica optimista de la clase de bienestar que estamos construyendo. Un bienestar que no se nota tanto a pie de calle, desde donde ofreció su discurso navideño la presidenta.

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