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Antonio Papell

Medios contra redes

Los avances tecnológicos han tenido históricamente un beneficioso efecto acumulativo, y no excluyente, en el mundo de las TICs: la radio no suplantó a la prensa escrita, ni la televisión a la radio, ni Internet a la televisión, ni el audiovisual a los periódicos en papel o digitales, ni las redes sociales a los medios de comunicación? El panorama de la comunicación y la información se enriquece y amplía constantemente, moderniza sus infraestructuras, cambia sus equilibrios pero no sacrifica, en general, a los actores más antiguos, por poca capacidad de adaptación que tengan.

Con una particularidad: el populismo, que ha irrumpido desde distintos focos, con diferentes orientaciones ideológicas pero con una misma estrategia, pretende prescindir por completo del sistema de los medios de comunicación para mantener un pretendido hilo directo con los ciudadanos a través de las redes sociales. Trump es paradigmático en este sentido: detesta explícitamente a los medios de comunicación, los descalifica y desautoriza, y ofrece a cambio su propia versión de la realidad a través de Twitter -tiene 17 millones de seguidores- y de Facebook. Los nombramientos del próximo presidente de los Estados Unidos, su posición ante los conflictos, sus decisiones y opiniones, ya no decantan y se trasmiten a través de las clásicas instituciones de comunicación -las ruedas de prensa con periodistas profesionales preguntando- sino mediante lacónicos mensajes de un máximo de 140 caracteres, que tienen la credibilidad insustituible del directo pero también las limitaciones de la falta absoluta de matices. Se intenta reproducir así el ideal peronista: la comunicación directa entre el caudillo y el pueblo, sin más intermediarios.

De hecho, durante toda la campaña electoral, Trump ha mantenido una guerra abierta con los medios convencionales de prestigio, desde el The New York Times y el Whasington Post a las cadenas multimedia más sólidas, y se ha explayado mediante las redes sociales, que han amplificado su voz y la han instalado en un contexto en buena medida premeditado de mentiras y falsedades sin cuento, que han mixtificado la campaña (la célebre posverdad). Twitter no sólo ha sido el 'hilo directo' entre Trump y la gente sino la gran maquinaria de manipulación que ha desempeñado un papel seguramente decisivo en la victoria de este inquietante personaje.

Y en esta perversión estriba el fenómeno que hay que denunciar enfáticamente por constituir un claro atentado a la democracia misma: es falso de toda falsedad que la verdad, la versión real de los acontecimientos, llegue siempre virginal a la ciudadanía a través de las redes sociales, en las que por el contrario abundan la mentira, la demagogia y la maquinación; en realidad, la información en su sentido más cabal y genuino llega como siempre al ciudadano a través de los medios de comunicación de prestigio, que han utilizado a periodistas profesionales para redactar y comprobar las noticias y ofrecen garantía de veracidad y ecuanimidad. El elector de a pie puede ser fácilmente engañado por Trump a través de Twitter, pero no por las grandes cabeceras de la prensa norteamericana.

El populismo no sólo combate a los medios en beneficio de las redes sociales: en realidad, desconfía profundamente de las instituciones en general. Y las desacredita porque -manifiesta tendenciosamente- están manipuladas cuando la realidad es la contraria: detesta las instituciones porque son difíciles de manipular. Y es patente que la realidad de nuestras sociedades es felizmente compleja, como se cuidan de explicar los medios, y no cabe en un tuit, de la misma manera que el intelecto de un país no se resume en una página de Facebook.

No se trata, en fin, de desprestigiar las redes sociales, ni siquiera de prevenir contra ellas: cumplen un papel magnífico de relación e intercomunicación, pero no sustituyen ni a los medios de comunicación ni mucho menos a las instituciones.

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