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Norberto Alcover

Cuando éramos jóvenes

LLegaba a casa tras un viaje entrañable cuando me enteré de tu muerte. Comandante de hace años. La verdad es que te había olvidado entre nuevos rostros cubanos y no cubanos como se han sucedido desde que te retiraste o te retiraron, quién sabe. Tu sucesor, ese Raúl condecorado y pequeñito, no es lo mismo: astuto, así, pero fascinante, en absoluto. Tiene algo de funcionario venido a menos que aturde de aburrimiento. Y si Obama le ha hecho un favor infinito, puede ser que el señor Trump se lo fastidie. Has desaparecido del gran teatro del mundo como representante de un tiempo finiquitado, aunque se hayan repetido los aplausos oficiales y hasta sentidos de los cubanos que todavía permanecen en Cuba y de grupúsculos internacionales casi avergonzados. Fuiste grande y has acabado convertido en un icono molesto, mi Comandante de los brillantes sesenta, el barbudo de Sierra Maestra. Pero sobre todo, el compañero del Che Guevara, el único que acabó por mantenerse revolucionario de verdad. En fin que, casi sin pretenderlo, te escribo estas letras un pelín desesperadas ante el hecho de tu muerte y de tantos eventos tan dispares organizados para solemnizarla. Ya ves. Como sucede a otros tantos?

¿Recuerdas cómo nos emocionaste durante años, sobre todo tras el infantil desembarco de Bahía Cochinos? Aplastabas al yanqui sin contención y de esta manera aumentabas nuestra manía inquietante ante aquella soberbia de los marines de turno. Te erguías en la ONU, visitabas la Unión Soviética como un césar victorioso, eras objeto de abrazos y de insultos, todavía más, aparecías como la mejor encarnación de la "revolución" en tiempos de "necesidad revolucionaria", cuando lo de Mayo del 68 y los grupúsculos radicales en Italia y en Alemania, algo más tarde. Eras el dios del antisistema entre otros diosecillos sin relevancia. El barbudo comandante altote, ancho de espaldas, incontinente de palabra y de amenazas el pueblo, tu pueblo, te aplaudía y gritaba tu nombre con efervescencia. Pero yo, sin poder evitarlo, siempre miraba de reojo al Che, como quien tiene depositada su verdadera confianza no en el principal sino en el segundón del conjunto. Más melancólico, lo presentía mucho más rotundo. Y acabó por ser así. Marcharía a África y después a Latinoamérica para seguir en la brecha, hasta dejarte solo ante las traiciones que comenzabas a realizar, empedernido en tu obcecación. Eras mucho más prudente que Guevara, pero infinitamente menos transparente. Y esto te mantuvo en el poder hasta estos días finales de un noviembre lleno de sustos, viento de Trump.

Y es que jóvenes. Luchábamos por valores excelentes pero vividos con rutilante exageración porque nos creíamos que los demás estaban dispuestos a seguir el camino triunfante de tu revolución, cuando tú mismo habías dejado de ser "el dios de Cuba" para transformarte en "su diablo". Comenzaste a demolerlo todo, y comenzaste por tus propios amigos. Tu gente comenzó a marcharse de forma ignominiosa, en aquellas improvisadas balsas hechas de neumáticos amedrentados. Y se quedaban entre la libertad y tu brillante (se decía) revolución, Cuba hundiéndose en la dictadura más abyecta que es la justificada con el dolor del pueblo. Y nosotros comenzamos a crecer. A formar parte del sistema que habías luchado, nos dijimos que lo cambiaríamos mejor que tú, desde dentro, para acabar en unos "sistematizados a la violeta", que estamos aquí viéndolas venir entre quejas y lamentos. Que si la Merkel es la dictadora de Europa. Que si Obama permaneció en Guantánamo. Que si Sánchez es una víctima. Que si la Iglesia no es lo que debe de ser. Que a dónde vamos a parar. Pero ya sin ímpetu y del todo críticos con los nuevos jóvenes que intentan soñar como nosotros hiciéramos en los estupendos sesenta, ahora malditos. Éramos jóvenes. Y es muy fácil decir ahora que nos equivocamos, sin más. Es demasiado fácil.

Recuerdo que, en Italia, compré una foto de Guevara con su gorra militante y su sonrisa mayestática. La he tenido puesta durante años en el despacho de turno?hasta que la he quitado desde mi llegada a Palma, cansado de derrotas y de sueños imposibles. Ahora la he sustituido por otra de Romero de las Américas, ya ves, de un revolucionario implacable a un "hombre de Iglesia". Y es que, con el tiempo, mi concepto de revolución ha cambiado y he llegado a pensar, y lo pienso al escribir estas líneas, que solamente hay una revolución válida: la de la compasión, la de la misericordia, la del abrazo y no la de la pistola. De tal manera que, de mito en mito, me he quedado sin el Comandante y sin ti, Guevara muerto entre el pueblo revolucionario de balas y metralletas. A manos de algunos tipos formados por los mismos yanquis contra los que te creíste mejor en todo. Ingenuidad caribeña. Habano en ristre.

Pero perdón, mi Comandante, que le he abandonado por entregarme a su amigo del alma y adversario en un momento dado. Me despido, vencedor en la Habana y prometedor de un país mejorado en todo y, a la postre, no sabemos mejorado en qué. ¿De qué valen educación y sanidad sin el valor supremo de la libertad? Porque volverán los que marcharon, que sí, que volverán, con su capitalito amasado en Miami, volverán a poner las cosas en su sitio, organizarán a cubanitos y cubanitas, volverán casinos y prostíbulos, el turismo sonará al son de Tropicana, y nosotros comprenderemos que las revoluciones violentas no cambian de verdad las cosas, solamente las enferman a base de oropeles y mentiras. Parece que lo han conseguido y no, nunca lo consiguen. Porque mienten y carecen de auténtica fraternidad. Qué tristeza que sea así, pero lo es.

Y tras todo lo anterior, mi denostado señor Castro. Tengo que reconocer al cerrar estas líneas que aprendimos a soñar con su figura enhiesta, dominante, poderosa, con sus discursos llenos de pasión y convicción, con sus respuestas tan arriesgadas antes los Estados Unidos imperiales, pero sobre todo, aprendimos a mantenernos implacables cuando las ideas se nos resquebrajan. Solamente que, sin poderlo evitar, en ocasiones hay que preguntarse por qué se resquebrajan y por qué los demás dejan de confiar en nosotros. No lo supo hacer desde que entró en la Habana. Y hoy nuestro sueño está roto.

Todo esto nos pasó cuando éramos jóvenes. Qué tiempos.

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